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CU y los sueños de un aspirante a científico

Aquella mañana de julio de 1969, la explanada de Ciudad Universitaria (CU) lucía semivacía; su extensión parecía mayor por la claridad del día y el silencio. Con los pasos inseguros de un adolescente de 17 años me había adentrado en ella tratando de ubicar el Instituto de Geología y la Facultad de Ingeniería. A medida que me acercaba a los edificios contiguos a la Facultad de Ciencias, una mezcla de emoción y ansiedad se iba apoderando de mí. Era inminente que yo iniciaría medio año después mis estudios en la licenciatura de Ingeniero Geólogo y había decidido explorar los espacios de CU y ubicar los sitios en los que pasaría los próximos cinco años. En ese tiempo, el Instituto de Geología ocupaba el inmueble del actual Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE), que su ubica exactamente enfrente de la puerta oriente de la Facultad de Ingeniería.

Por mi desconocimiento entonces de la manera en que estaban organizadas la investigación y la docencia en la UNAM, suponía que, aún siendo estudiante de la Facultad de Ingeniería, yo realizaría mis actividades y tomaría clase en el edificio del Instituto de Geología. Me aproximé a la puerta de entrada del Instituto y me encontré con un bello vestíbulo de piso brillante, adornado por un imponente ejemplar del fósil de un amonita gigante que data de hace 100 millones de años. Curioso, me asomé por el pasillo que comunicaba con las áreas de trabajo cuando un empleado de bata azul se me aproximó y amablemente me preguntó a quién buscaba. Respondí que yo estaba por comenzar mis estudios en geología y que quería conocer el edifico. El hombre me explicó que yo tomaría clase en el edificio de enfrente y me orientó con detalle sobre cómo estaban organizados los espacios de los investigadores, de los estudiantes de posgrado y los de licenciatura. También mencionó que el Instituto había estado antes alojado en un edificio antiguo en la colonia Santa María la Ribera.

Muchos años después, cuando asumí la Dirección del Instituto de Geología, recordé aquella jornada en la que incursioné por primera vez en los espacios en los que desarrollaría mi carrera científica y viviría tantas experiencias estimulantes.

El Instituto de Geología tiene una larga tradición dentro de la ciencia mexicana. Su edifico antiguo de Santa María la Ribera se cuenta entre uno de los más bellos del patrimonio de la UNAM. Yo gocé de realizar muchas actividades en estos espacios como estudiante y académico y tuve además la fortuna de vivir mis años preparatorianos en otra joya arquitectónica universitaria: el Colegio de San Ildefonso.

El ser investigador y profesor en la UNAM me ha dado la oportunidad de relacionarme con científicos e intelectuales notables, nacionales y extranjeros, que se reúnen constantemente en sus recintos. También he logrado conocer estudiantes muy sobresalientes que, con los años, se han convertido en profesionales importantes, quienes han hecho aportaciones muy significativas en los ámbitos público y privado.

Para quienes están interesados en seguir una carrera científica, la UNAM es una institución que ofrece muchas posibilidades. Cuenta con laboratorios de alta precisión que se han vuelto prestigiosos, no sólo por los costosos equipos con los que a veces se dispone, sino porque los técnicos responsables han desarrollado un nivel de especialización y de conocimientos metodológicos que les permite obtener datos de clase mundial. La operación de estos laboratorios es costosa por los insumos y el mantenimiento que requieren los equipos de alta tecnología.

Además de la educación que los alumnos reciben en las aulas, es en estos laboratorios en donde muchas veces se comienzan a formar como científicos los jóvenes estudiantes. El proceso ocurre gradual y calladamente en el trabajo diario. Los estudiantes conviven con los profesores consumiendo horas de trabajo y de cuidado de los detalles de sus análisis, en revisar los aspectos teóricos de la investigación, perdiéndose en innumerables lecturas de artículos y textos. La convivencia con los profesores y técnicos incluye en ocasiones duras campañas de campo, o las primeras experiencias en la presentación de trabajos en congresos.

Todo esto se va convirtiendo poco a poco en una práctica que marca la vida de un joven. De pronto, toma conciencia de que forma parte de un grupo de investigación y desarrolla un profundo sentido de pertenencia; empieza a compartir con los demás la alegría por los éxitos científicos del grupo, pero también las frustraciones por los experimentos fallidos. En estos grupos no importa la extracción social de sus integrantes, dentro de la labor intensa cotidiana todos son iguales, el talento ocurre en todos los grupos sociales y étnicos. Sin embargo, es claro que muchos estudiantes requieren apoyo mientras completan su formación. Este apoyo se vuelve decisivo para la inserción exitosa de jóvenes talentosos en los laboratorios.

Las experiencias que he aquí referido me han dejado dos claras convicciones: una de ellas es que fui un joven afortunado al haber tenido la oportunidad de estudiar en la UNAM y, la otra, que para quienes hemos sido formados y/o laboramos en esta magna institución constituye una gran responsabilidad contribuir a que nuestra Universidad continúe educando jóvenes y brindando espacios para la generación de conocimiento nuevo.

Dante Jaime Morán Zenteno, investigador Titular del Instituto de Geología de la UNAM

Fuente | El Universal


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