La oportunidad de retribuir

La Universidad Nacional Autónoma de México cambió mi vida. De ser una persona con escasos conocimientos y recursos, llegué a ser alguien que, de algún modo, sirve a su gente; y todo eso nace, emana, de esta maravillosa casa de estudios que es la UNAM.
En 1949 entré a la Escuela Nacional de Ingenieros en el preciosísimo Palacio de Minería. No creía yo estar ahí; pensaba estar soñando. Aparte del lugar, que es espectacular, significaba entrar a esa gran escuela —porque todavía era escuela— y tener maestros del tamaño de don Javier Barros Sierra. Allí también cambió mi forma de estudiar, por la manera en que nos enseñó don Javier a amar las matemáticas —el álgebra en especial— que era la materia que él impartía, ¡qué maravilla!
Tuve compañeros de gran tamaño y que han logrado cosas muy importantes en la vida. Vito Alessio Robles fue uno de ellos. Era hijo de un hombre extraordinario, y él también lo era. Yo lo admiro y lo quiero mucho. Nos sé si viva todavía, porque me desconecté de él hace tiempo.
Allí tuve compañeros de toda la República; de Culiacán, de Tijuana, y también de Costa Rica y del Perú.
Era una maravilla. También en la Escuela Nacional de Ingenieros tuve compañeros con muy buen nivel económico, que llegaban a la escuela en coche, y que ahí se hermanaban con nosotros. Juntos estudiábamos matemáticas con don Javier Barros Sierra, que las hacía no solo amables, sino que te las enseñaba como instrumento cooperativo para la vida.
Otro de mis maestros, don Rodrigo Castelazo, guanajuatense, decía que yo era El hombre feliz, porque tenía el pretexto de trabajar para no ser buen estudiante y el pretexto de estudiar para no ser buen trabajador —aunque esto no era cierto. Pero esa es la maravilla de la Universidad Nacional, que te permite trabajar mientras estás estudiando. Yo trabajé mucho en esos años. Me tocó construir la carretera de Cárdenas a Villahermosa y parte de la carretera de Cuernavaca a Iguala, lo que me permitió recorrer la República Mexicana para aplicar los conocimientos que me iba proporcionando la UNAM.
Yo tuve la fortuna de conseguir una beca para estudiar en la Escuela Nacional de Ingenieros. O sea, me dieron todo, gracias a Dios. No era mucho, pero esos $200 me servían para comer un día. La beca la fui a pagar 10 años después de que me recibí.
Mi contacto con la Fundación UNAM surgió recientemente, y fue por una verdadera casualidad de la vida. Una de las fundaciones que hay en León, Guanajuato, que es en donde yo resido, me convidó a cooperar con ellos para otorgar becas a estudiantes, becas completas en este caso. Allí me tocó la fortuna de que me preguntaran si quería pertenecer a la FUNAM y presidir el Capítulo León de la misma. Me dio una enorme alegría, pues se me presentaba la oportunidad de darle las gracias a México en lo que más le duele, que es la existencia de jóvenes sin recursos para realizar sus estudios universitarios.
Realmente me siento muy privilegiado y orgulloso de que me hayan hecho este honor, que me permite retribuirle un poco a mi querido México en donde más le duele, en donde más lo necesita. Con la supervisión de su directora ejecutiva, estamos trayendo a Guanajuato programas de la FUNAM para que se desarrollen en las principales ciudades de mi estado natal, como es el caso de conferencistas extraordinarios que pueden orientar a los jóvenes de Guanajuato para que se den cuenta de cómo estudiando pueden lograr lo que no podrían lograr de otra manera, como fue mi caso.
Afortunadamente, cooperar con la FUNAM es una oportunidad para retribuir a nuestro querido México algo de lo que nos dio cuando éramos estudiantes de ingeniería en mi amada y recordada Universidad Nacional.
Por: Alejandro Arena, Presidente de Fundación UNAM Capítulo León
Fuente | El Universal
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