Amor romántico: ¿un sueño o una pesadilla?
El amor romántico se presenta como una experiencia de aparente satisfacción y deseo, en buena medida vivida por las mujeres, pero desde la perspectiva feminista es causa principal de violencias machistas

A través de la charla Menos mariposas y más paz: desmontando el amor romántico en la Casa Universitaria del Libro (Casul), la psicoterapeuta con enfoque de género, Zaira Gutiérrez, la literata Arely Pantoja, y la también psicoterapeuta con enfoque de género, Jessica Ortega; reflexionaron sobre la manera en que, en términos generales, las mujeres experimentan el enamoramiento, la sexualidad, la separación y el duelo, y cómo es posible comenzar a crear relaciones afectivas, equitativas, respetuosas y libres de violencia.
Al iniciar con la premisa sobre “El amor romántico mata”, dijeron que este se presenta como una experiencia de aparente satisfacción y deseo, en buena medida vivida por las mujeres, pero desde la perspectiva feminista es causa principal de violencias machistas que se expresan en las relaciones de pareja.
Se trata de un esquema psicosocial que introyecta en las personas ideales, para la mayoría irrealizables, de lo que debe ser el amor de pareja, que se alejan de la realidad, excluyen la diversidad sexogenérica en las relaciones sexoafectivas y con ello ejercen un tipo de violencia hacia los individuos; en sus casos más extremos puede conducir a la muerte y, en la mayor parte de ellos, al feminicidio.
El amor romántico, explicaron, es un imperativo que se advierte claramente en los cuentos de hadas, en las figuras de la doncella que cumple su cometido de vida al casarse con el príncipe heredero, para ser eternamente felices. Tiene un origen antiguo, que puede rastrearse, entre otros mitos, en el de la media naranja, el cual sostiene que tanto el hombre como la mujer tienen la necesidad de encontrar a su otra mitad: alguien que encajará a la perfección con uno o una misma y cuya llegada significará la felicidad en la completitud con el o la otra.
Este mito es recuperado por el comediógrafo de la antigua Grecia, Aristófanes, y en él se narra el origen de la incompletitud: existieron en otro tiempo seres que parecían la fusión de dos personas; eran tan completos que tenían dos cabezas, ocho extremidades y dos aparatos genitales, que podrían ser masculino y femenino, o femenino y femenino o masculino y masculino. Se sentían tan poderosos que desafiaron a los dioses y como castigo fueron separados. Entonces experimentaron un vacío tal que perdieron el sentido de su propia existencia, y desde esta fragilidad, vivieron en la búsqueda exhaustiva de su otra mitad.
“El mito de la media naranja, en el que se basa el amor romántico, genera codependencia porque pensamos que sin él o ella no podemos vivir”, consideró Jessica Ortega.
Se trata, además, de un ideal heteronormado, basado en la asignación de roles de género que, por principio, contemplan en su universo únicamente a hombres y mujeres cisgénero.
Eso es algo que aprendemos desde antes de que nacemos. Con base en nuestro sexo se nos atribuye un género y con ello las instrucciones socioculturales de cómo debemos ser cada uno; por el hecho de ser hombre o de ser mujer se esperan ciertas cosas de nosotros. Y se nos enseñan ciertas cosas que vamos integrando, explicó Arely Pantoja.
El amor romántico –coincidieron– también fomenta la desigualdad de género, al hacer énfasis en roles que colocan al hombre como poseedor de una superioridad intelectual, que lo determina como tomador de decisiones y como proveedor, mientras que la mujer tendría por naturaleza una tendencia a la emotividad –que necesariamente disminuiría su capacidad intelectual– y el imperativo de vivir para amar y cuidar, de ser para el otro.
“Las diferencias entre hombres y mujeres se han traducido en desigualdades, en relaciones asimétricas, de abuso de poder y ejercicios de sumisión”, señaló Zaira Gutiérrez.
En este modelo amoroso, por demás monogámico, se desarrolla otro imperativo mítico: el de la virginidad. Ambos mandatos transgreden el erotismo femenino, que se ve también supeditado al placer masculino; la posibilidad de explorar se ve limitada para la mujer a una sola pareja de por vida, por supuesto, del sexo opuesto.
Las mariposas en el estómago son sin duda un síntoma del arrebato amoroso, pero –advirtieron– hay que estar conscientes de aquello a lo que conducen. Más allá del cuento de hadas, la imposición de los cánones románticos da pie a historias de posesividad, celos, abuso de poder, violencia e incluso la muerte.