Araxi Urrutia Odabachian

En concreto, la vida en la UNAM antes del Internet
Recuerdo muy bien el momento en que supe que sería estudiante de la UNAM. Fue el día siguiente de que salieron los resultados del examen de admisión. Estaba con mi mamá buscando mi número de aspirante entre los 2 mil que estaban impresos en un papel pegado en una columna en algún edificio dentro de Ciudad Universitaria, ¡y lo encontré! Esta no era la primera vez que contemplaba esa lista, ya había estado buscando un número el día anterior, solo que no era el mío. Un compañero de secundaria me había llamado en la mañana y me pidió que lo acompañara a ver los resultados. Él había sido mi amor platónico y no lo había visto en años, así que, en la emoción, ¡salí corriendo a encontrarlo y olvidé mi número! En una era pre-Internet, las columnas de concreto que sostienen los pesados y casi monolíticos edificios de Ciudad Universitaria eran el sistema de comunicación de la institución con sus estudiantes y de estudiantes entre ellos.
La UNAM era un mundo muy diferente al de mi preparatoria, donde conocía a todos los de mi año y todos mis maestros sabían quién era yo. En el año en que yo entré, la Facultad de Psicología en Ciudad Universitaria recibió 800 estudiantes de nuevo ingreso y tenía 5 mil estudiantes en total. Y ésta, me dijeron, ¡era la Facultad más chica! La anonimidad e insignificancia de ser uno en 250 mil estudiantes de la UNAM tiene sus desventajas, pero con el tiempo fui descubriendo que, justamente por su tamaño, la UNAM te presenta muchas oportunidades. Aún recuerdo el día en que mi amiga Liliana se enteró de que los viernes había presentaciones gratis en arquitectura de un grupo de danza contemporánea y fuimos juntas a verlo. Era el Taller Coreográfico de la UNAM de Gloria Contreras. Quedé tan enamorada que no sólo seguí asistiendo a las presentaciones tantos viernes como pude, sino que me inscribí a cinco cursos de danza el semestre siguiente. En mi segunda semana en la Facultad entraron al salón dos estudiantes, que luego supe estaban estudiando la maestría, y hablaron de la importancia de la representación estudiantil y nos invitaron a unirnos. Me uní al instante. Alternativa Académica nunca ganó una sola elección estudiantil, al menos no en mi tiempo, pero me dio un sentido de pertenencia (una necesidad, aprendí en las clases, casi tan importante como comer o dormir). Así, entre melodías de blues, canciones de Delgadillo y conversaciones sobre el rumbo del país, cumplí los 18 años.
Tuve muchos muy buenos maestros, pero Gustavo Bachá es uno de los que más recuerdo por su entusiasmo por la ciencia y porque su materia era del primer semestre. Unas de sus primeras palabras fueron: “Si creen que al elegir psicología se van a escapar de las matemáticas, ¡están muy equivocados!” Yo me desanimé porque a mí sí me gustaban las matemáticas y ahora resultaba que estaba en una carrera de los que les huían. Pero Bachá tenía razón, la carrera de psicología no es para los que huyen de las matemáticas y la formación que se da, sobre todo en estadística, es mejor que en muchas otras. Aproveché al máximo. Cuando terminé los cursos de matemáticas y estadística en el programa con el excelente maestro Florente López, también tomé su módulo de estadística para maestría. En la Facultad le tomé gusto a aprender. Fui muy feliz cuando conseguí que en la biblioteca me prestaran seis libros en lugar de tres. Aunque nunca alcancé a leerlos antes de que llegara la fecha de regresarlos, ahora traía el conocimiento conmigo, claro, en la mochila, ¡no en mi cerebro! Quería saber todo. Comencé a tomar materias más avanzadas por las tardes además de los cursos de mi semestre por la mañana. En el segundo año tomé una clase del sexto semestre sobre psicología social con el maestro y entonces director de Servicio Social, Alfredo García Muñoz. Esa clase me abrió los ojos en muchos sentidos, entendí que la psicología no sólo busca entender nuestros deseos, pensamientos y comportamiento individual, también la interacción entre los individuos, en grupo, en masa… Otro efecto de la clase fue enterarme de que, como parte de la carrera, había que hacer un servicio social y yo quería empezarlo ya. Más clases por las tardes, más libros en la mochila. Junté los créditos necesarios y en el quinto semestre comencé mi Servicio Social en el laboratorio de Arturo Bouzas, entonces director de la Facultad. En su laboratorio leí el primer artículo de investigación de mi vida.
El conocimiento en los libros de texto son afirmaciones, desnudas del contexto de los hombres y mujeres que durante milenios se preguntan, cuestionan, observan, experimentan, interpretan, concluyen y vuelven a dudar. Los artículos científicos, en cambio, son como capítulos de una serie de televisión, hay un problema que surge y se resuelve dentro del capítulo, pero también hay tramas que se retoman inconclusas de capítulos anteriores y que se quedan sin resolver y te dejan en suspenso. Leí muchos artículos sobre la manera en que las palomas (y por lo tanto los humanos) toman decisiones y llené cuadernos con notas y diseños de experimentos como si fueran guiones para los capítulos imaginarios de la serie. Mi papá es científico y pasé mi niñez jugando en los jardines de Ciudad Universitaria y asistiendo a congresos sobre geofísica, pero la verdad es que nunca había considerado que yo podría ser científica. Ahora sí.
Un día, cuando cursaba el tercer año de la carrera, otro papel pegado en una columna, con tinta apenas visible por el sol y la lluvia, cambió mi vida. Era un anuncio de Fundación UNAM y preguntaba: ¿Quieres ir al extranjero como estudiante de intercambio? Hay cosas que quieres, pero no sabes que las quieres hasta que no te preguntan… y esta fue una de ellas ¡Claro! En agosto siguiente, a los 20 de años, llegué a Montreal, Canadá, como estudiante de intercambio en la Universidad de McGill, con una beca de Fundación UNAM. Era la primera vez que vivía fuera de casa y lo único que sabía cocinar era pan tostado con mermelada. Aunque mis habilidades culinarias no mejoraron nada, ese año fue un periodo transformativo para mí. Antes de llegar a Montreal pasé varios meses en el laboratorio de Federico Bermúdez en el Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, un semillero de científicos, y un lugar al que llegan muchos psicólogos interesados en las neurociencias. Una vez en Canadá, y como futura neurocientífica buscando complementar mi conocimiento en psicología, me inscribí a materias de biología. Estudiar cursos universitarios en otro idioma y en un área nueva no fue fácil… más bien fue dificilísimo.
Uno de mis maestros en McGill, Ken Hastings, nos dio a leer un artículo científico de la evolución del ADN de unas proteínas que controlan el paso de calcio al interior de las neuronas. Yo quedé muy impresionada, el ADN controla lo que ocurre en nuestro cuerpo desde que somos un óvulo fertilizado hasta el día que morimos. Pero además de ser un instructivo, el ADN también es un registro de nuestra historia como especie, y al compararlo con el ADN de otras especies, podemos viajar en el tiempo al origen mismo de la vida. Después de terminar mi licenciatura decidí continuar mis estudios de posgrado en el extranjero estudiando la evolución del ADN. Comencé el doctorado en el verano de 2000, la secuencia del genoma humano se decifró a principios del año siguiente; para la humanidad, sin duda, éste ha sido el desarrollo científico más importante del siglo. Para mí abrió una oportunidad de adentrarme en un área de investigación novedosa. Hasta el día de hoy continúo investigando nuestro genoma y el de otros animales buscando por qué somos y nos comportamos como lo hacemos, doy clases a estudiantes de licenciatura y soy mentora de estudiantes de posgrado, acompañándolos mientras escriben sus guiones de capítulos nuevos de la serie llamada ciencia.
Guardo muchos recuerdos de mis días en la Facultad de Psicología, amistades forjadas ahí han perdurado hasta el día de hoy, otras se quedaron truncas a lo largo de los años, aunque mi área de investigación es en genómica, siento que todos los días ejerzo mi profesión de psicóloga en mi labor como científica, como mamá de Darío y como mexicana. Mi relación con la UNAM y personas que conocí ahí va mucho más allá de mis días en la Facultad de Psicología, pero esas son otras historias y deberán ser contadas en otra ocasión.
En la UNAM se formó en mí la vocación por la ciencia y la beca que recibí de Fundación UNAM me ayudó a encontrar mi camino dentro de ella. Por ello estoy muy agradecida. A la vuelta de los años, he tenido la oportunidad de recibir en mi laboratorio a otros estudiantes que, como fue mi caso hace dos décadas, realizan estancias de investigación con apoyo de Fundación UNAM y los he visto encontrar también sus propios caminos para un día convertirse en la nueva generación de científicos del país. Desde que comenzó la pandemia he tenido la fortuna de poder colaborar más de cerca con Fundación UNAM. Junto con el Colegio Nacional, el Instituto de Ecología de la UNAM, la Universidad de las Américas en Puebla y varias instituciones del país y del extranjero formamos el Consorcio de Universidades por la Ciencia. A través de este consorcio organizamos una serie de seminarios de divulgación sobre temas diversos en ciencias de la vida, impartidos por expertos de todo el mundo. Así, semana con semana nos unimos a la búsqueda de nuevos métodos para desarrollar vacunas más estables, o buscamos entender por qué nos gusta tanto el sabor dulce; o nos unimos a expediciones para revelar los secretos de la civilización maya de la mano de los científicos expertos. Es sólo un granito de arena, pero de millones de granitos se hacen las playas.
Investigador Titular B.
Laboratorio de Genómica Evolutiva y Funcional. Departamento de Ecología Funcional.
Instituto de Ecología de la UNAM
Me encantó y me conmovió muchísimo. Me hizo dar un giro también a mis tiempos de universitaria. Orgullosamente a mas no poder UNAM. Gracias también. a mi Alma Mater por abrirme un mundo tan maravilloso del conocimiento. Y de la disciplina y sin duda los valores que intercambiamos como amig@s compañer@s y profesores. Muy agradecida a tod@s.
Muchas felicidades Araxi Urrutia!! Por tu compartir, es muy valioso para darnos cuenta de la importancia que tiene nuestra universidad en el contexto Nacional e internacion!! Y en la motivación de los estudiantes que tienen la fortuna al igual que la tuvimos nosotros de ser parte de esta gran comunidad universitaria!!
Un abrazo!!
Saludos
Me recuerdo muy bien de ti Araxy, si no mal recuerdo me habías contado que tenias ascendencia rusa y bromeaba contigo de cuando iríamos a tomar vodka. Te buscaba por teléfono y alguna vez tu mamá me dijo que estabas en clases de danza. Ahora se que es lo que paso. Después ya no supe nada de ti, creo que fue cuando entro en huelga la UNAM. Empezaba a iniciarme en la vida de los negocios y adentrarme en el mundo abstracto de la teoría psicoanalítica y no puedo más que recordar que había tenido que decidir entre estudiar medicina o filosofía cuando mi lugar estaba en la psicología. Luego supe que andabas en Inglaterra haciendo un doctorado y jaman encontré eco a mis mensajes, y ahora, como si de las manos caprichosas del destino se tratasen, encontré buscando otra información, tu perfil.
Una historia bonita e interesante, alguna vez había leído algo de ti algo así como: “Denme una computadora mas o menos rápida, conexión a internet, y yo me encargo de lo demás”
Campos diametralmente opuestos en apariencia, mientras tu busca la causa totalmente orgánica de las conductas humanas, yo me embriago filosofando en mi cueva con las grandes argumentaciones de los científicos de otros tiempos. Como si se tratase de Charcot, estas empecinada a saber que fundamente, en el aquí y el ahora, las bases de lo que hacemos y quizás su posible modificación. Pero es que hay algo “más allá” que tarde o temprano se encontrara en las neuronas y es aquello que se le suele clasificar de manera poli semántica como “mente”. El neurólogo, en mucho, se parece al físico al estar involucrados en ese mundo que no se ve a simple vista, pero que tantos efectos producen en la vida misma.
Te deseo lo mejor y fue una hermosa casualidad saber que estas de regreso en México y que estas en nuestra siempre amada UNAM.
P.D.- Quizás nos gusta mucho lo dulce porque el cerebro se nutre de glucosa (Principio de parsimonia: la explicación más fácil es la mas altamente probable de ser la certera).
Se me movieron y conmovieron mis recuerdos al inicio de la década de los setentas cuando ingresé a la UNAM! No. Cta. 7111671-2 Gracias por compartir Araxi Urrutia. Dr. Hernández FES Acatlán/CCH Naucalpan. UNAM
Excelente narrativa de una Universitaria muy Profesional con logros significativos y a quien la UNAM le enseño, como a muchos de nosotros que tenemos la dicha de ser PUMAS, a reafirmar su disciplina y entrega por la ciencia, le permitió conocer a muchas personas importantes en su vida y aprender de ellos no solo de ciencia sino valores que la acompañarán toda su vida, muchas felicidades por su brillante trayectoria y por su compromiso con su Alma Mater para seguir impulsando Universitarios a continuar su especialización.