Iván Trujillo Bolio

La UNAM y yo
Podría decir que mi relación con la UNAM fue amor a primera vista. Obligada a salir de Villahermosa, en 1957, mi familia se estableció en el barrio de Coyoacán. Ante la estrechez económica, mis padres nos llevaban de día de campo, éramos seis hijos, a la flamante Ciudad Universitaria. Aún puedo reconocer, a un costado de la Facultad de Filosofía y Letras, algunos de los árboles en los que nos encaramábamos, y tengo el recuerdo vívido de recorrer el mosaico de la Biblioteca Central para perder la mirada en el majestuoso Estadio Olímpico. Era literalmente un volcán de cultura solidificada que, premonitoriamente, me atraparía para siempre.
Hice mis estudios de primaria y secundaria en escuelas de “número”, como las llamaban los amigos cuyas familias podían pagar instrucción privada. El siguiente paso fue presentar el examen para ingresar a la preparatoria pública más cercana y esperar con ansiedad la visita del cartero. El día que llegó el sobre con el resultado positivo se convirtió en el más feliz de nuestra existencia. Ingresé así a la Preparatoria 6, desde entonces tengo tatuado en la memoria el 7021623-5 que corresponde a mi número de cuenta.
Pertenecer a la Prepa 6 era un privilegio. Podíamos presumir que teníamos una alberca, a la que después de meter los dedos de los pies y corroborar que el agua era helada nunca más intenté entrar. Aproveché otras instalaciones deportivas como la cancha de futbol ¡con pasto! Tuve magníficos profesores, asistí por primera vez a conciertos, obras de teatro, funciones de cine club y adquirí conciencia social. Casi al terminar el segundo año, varios compañeros recurrimos a un servicio de orientación vocacional que también ofrecía la UNAM, pues no sabíamos a ciencia cierta qué carrera cursar. El resultado de los exámenes psicométricos arrojó que yo era apto para las dos disciplinas que me interesaban: el cine y la historia natural. Gracias al Pase Reglamentado, en 1973, ingresé a la Facultad de Ciencias para iniciar mis estudios de Biología.
Aún sin cicatrizar la herida del 68, los años setenta fueron de gran efervescencia política y cultural en Ciencias. Participé en asambleas, paros y marchas en apoyo a diversas reivindicaciones sociales, pero nunca tuve un papel protagónico en ellas; más bien ejercí la militancia desde el cine club de la Facultad, el cual me mantuvo cerca de mi otra pasión: el lenguaje de las imágenes en movimiento. Entendí que Einstein y Eisenstein eran dos personas distintas, pero que coincidían en que “todo es relativo”.
También conocí a importantes académicos como Juan Luis Cifuentes, Ana Hoffmann, Annie Pardo, Antonio Lazcano, Reinhard Weber, Patricia Moreno, Víctor Manuel Toledo, Julia Carabias y el propio José Sarukhán, por mencionar algunos. Fue en ese contexto en el que conocí a Irene Pisanty, mujer de privilegiada inteligencia, contagioso sentido del humor y madre de mis dos hijos.
Siempre con el gusanito del cine, supe que también en la UNAM se podían realizar estudios profesionales de esta disciplina, sin embargo, el ingreso al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) era sumamente restringido, no obstante, la Máxima Casa de Estudios, siempre ofrecía alternativas. En la Casa del Lago, dirigida entonces por Hugo Gutiérrez Vega, se abrió un Taller de Cine en el Súper 8 para todo público. El taller era tan bueno que me funcionó como propedéutico, de tal modo que, al hacer mi examen de ingreso al CUEC, lo aprobé a la primera y pude, por fin, estudiar Cine.
Manuel González Casanova, quien dirigía en ese entonces el CUEC, me convenció de que podía dedicarme de tiempo completo al cine, pero como me faltaban unas cuantas materias por aprobar, decidí que valía la pena terminar la carrera de Biología. Para no complicarme la vida, me propuse hacer una tesis que no me distrajera demasiado y así surgió el pomposo título: La divulgación del conocimiento biológico a través del cine. ¡Craso error!; como no había nada sobre el tema, lo que pensé que me llevaría unos cuantos meses se convirtió en un trabajo de varios años. Gracias a la recomendación del maestro González Casanova y el apoyo de Raúl Gutiérrez Lombardo, del Laboratorio de Investigación y Planeación para la Enseñanza de la Biología, viajé a Bruselas. En el Museo de Historia Natural de esa ciudad encontré una filmoteca especializada en Cine Científico y en una semana pude ver más de 40 películas indispensables para mi investigación.
Al regreso del viaje, le presenté un informe a González Casanova y, semanas después, me buscó para que lo ayudara a organizar unas jornadas sobre Cine Científico con Italia. Las jornadas fueron todo un éxito y la delegación italiana estaba encabezada por Virgilio Tosi, investigador cinematográfico que dedicó toda su vida al Cine Científico, quien fungió como mi mentor. Mi ingreso a la Filmoteca de la UNAM, como responsable de la sección de Cine Científico (de la que yo era jefe y único subordinado), me permitió iniciar una actividad prácticamente inédita en el país. Siempre con las enseñanzas y el apoyo de Manuel González Casanova adquirí nuevas responsabilidades y experiencia en la gestión internacional sobre la preservación fílmica.
Con la llegada del doctor José Sarukhán a la Rectoría, me nombraron director general de Actividades Cinematográficas. Así, me integré al espléndido equipo de Gonzalo Celorio al frente de la Coordinación de Difusión Cultural, no me cabe duda de que ese periodo ha sido el más productivo de mi vida. Coincide ese lapso con la creación de la Fundación UNAM, muy pronto recurrimos a ella para concretar proyectos estratégicos. Con el apoyo del propio Gonzalo, de colegas y colaboradores cercanos, contribuimos a que la Filmoteca de la UNAM fuese una referencia obligada en el rescate, restauración y conservación de nuestro cine, pero ante todo valoramos la importancia de trabajar en equipo por una misma causa. Supongo que esos logros fueron determinantes para que fuera ratificado por el doctor Francisco Barnés y el doctor Juan Ramón de la Fuente, durante sus respectivos periodos. En total estuve 19 años al frente de la Filmoteca de la UNAM y en los últimos 15 años la colaboración de Fundación UNAM fue esencial.
En 2008, me incorporé al Servicio Exterior Mexicano para fungir como agregado cultural de la Embajada de México en Cuba. Mi misión en La Habana duró dos años y, a mi regreso, me incorporé a la Universidad de Guadalajara para dirigir el Festival Internacional de Cine de esa ciudad durante 8 años. Pensé que por fin egresaba de la UNAM, pero estaba equivocado, sólo fue una pausa de diez años. En 2019, el doctor Jorge Volpi me transmitió la invitación del rector Enrique Graue para asumir la Dirección General de TV UNAM. No puedo describir la alegría que me produjo el ofrecimiento. Volver a casa, tener nuevamente la oportunidad de contribuir a la difusión de la cultura y formar parte de otro espectacular equipo, encabezado ahora por la magnífica escritora Rosa Beltrán, es un honor. Un honor que me permite decir con orgullo: soy universitario… de la UNAM.
Director general de TV UNAM
https://www.eluniversal.com.mx/
Además de ser primos hermanos, estudiamos en la misma Prepa 6 y en la UNAM. Soy testigo de los esfuerzos por lograr todo lo que te proponías. ¡Muchas felicidades!