Marco Antonio Rigo Lemini

Ser estudiante universitario, estar en la UNAM
Verano de 2030. Mario, alumno de bachillerato, inicia una conversación con su padre, orgullosamente egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. El tono es distendido.
Lo he pensado seriamente. Prefiero no hacer una carrera universitaria.
—José, sorprendido: ¿Por qué lo dices, hijo?
—Mario: Es que francamente no me interesa entrar a la universidad.
—José: ¿Cuál es el motivo?
—Mario: Creo que tiene poco que ofrecerme. Ya hace muchos años Jobs, Gates y Zuckerberg, demostraron la inutilidad de la educación superior. Ellos cambiaron el mundo y se hicieron inmensamente ricos también, sin concluir una licenciatura.
—José: Fueron casos excepcionales. Y cabría preguntarse si efectivamente la experiencia universitaria les resultó prescindible. Jobs, por ejemplo, brillante como innovador tecnológico y artífice de necesidades para el mercado, parece haber sido emocionalmente muy poco inteligente. Hizo infelices a muchos de quienes le rodearon. ¡Y con frecuencia faltó a toda ética profesional!
—Mario: De acuerdo. Pero hay otra razón. Ya no me siento cómodo en la vida cotidiana. Solo soy feliz estando en el Metauniverso. Ahí lo tengo todo. ¿Para qué necesito seguir estudiando?
—José: La vida universitaria, especialmente si puedes hacerla de manera presencial, te ofrece demasiado. Mira mi caso. Estudié en la UNAM hace un número inconfesable de años y obtuve de ella mucho más de lo que hubiera imaginado. Conocimientos académicos y la sabiduría de mis docentes, ciertamente, pero no fue eso lo único importante…
—Mario: ¿Entonces?
—José: Tanta gente, costumbres e ideologías como pude conocer y valorar. La convivencia dentro y fuera de clases, las amistades vitalicias que ahí nacieron. Pero también las actividades culturales, deportivas y de servicio a la sociedad que la universidad ofrece. Las charlas y los debates formativos, los paseos por su campus extraordinario, por la explanada que majestuosamente domina el edificio de la Biblioteca Central.
—Mario: ¿Y la acusación de neoliberalismo que pendió sobre ella?
—José: Pasó pronto, condenada al olvido por improcedente. ¿Cómo sostenerla si tuve tantos compañeros y compañeras que, viniendo de los lugares más desfavorecidos encontraron en sus aulas la posibilidad de mejorar su existencia?
—Mario: Casi me convences…
—José: Ser estudiante universitario, estar en la UNAM, trasciende las recompensas menores del dinero y del reconocimiento social. Va más allá de lo cosmético y lo superficial. Es una oportunidad que por igual se abre a hombres y mujeres, a personas de cualquier credo o color, a todos aquellos que desean conocimiento y no solamente información. Contribuye a hacernos un poco más inteligentes pero, sobre todo, más sensibles y compasivos, más solidarios y responsables, más planetarios y humanos. En esta época en que el cáncer ha sido derrotado y desviamos el curso de los asteroides, considero que todo lo que obtuve como alumno de la UNAM sigue siendo igualmente importante, hijo.
—Mario: Nunca imaginé lo que para ti significó la vida universitaria, papá. Escucharte tan emocionado, recordándola con nostalgia y admiración, ha sido para mí el argumento más convincente. ¡Muchas gracias!
Como modesto homenaje a la UNAM y como reconocimiento a su Fundación, por la noble labor de casi tres décadas.
Estudiante en Ciudad Universitaria a lo largo de 45 años, primero como alumno y luego como profesor
Fuente: www.eluniversal.com.mx