Mónica Torres Amarillas

Transformadora y última Barricada de Aspiración Revolucionaria: La UNAM
ConCiencia e innovación. Ser universitaria ha significado recibir, portar con honor y heredar a las nuevas generaciones esa forma cotidiana de ser y sentir. De mirar la vida y apoyar con las herramientas de la sabiduría toda causa social. Porque lo primero que se aprende en el espíritu universitario es que nuestra formación educativa conlleva la obligación moral de cumplir con la función social de la educación: generar conocimiento y conciencia. Ser transformadora, como universitaria, no responde a una época o grado, sino que están en nuestra genética intelectual y emocional la búsqueda y logro de mejores condiciones de vida. Lo primero que se aprende en nuestra Alma Mater es que estamos allí para transformar realidades, curar males, suplir deficiencias y llenar los vacíos de atención y carencias de la pobreza.
Recuerdo que al finalizar las clases de bachillerato en el CCH Sur, el libre pensamiento y la lucha por tomar posturas basadas en la crítica y la propuesta dejaban la sensación humeante de pólvora revolucionaria y de patria fraterna. Ahí supe que la mayor autonomía reside en la dignidad y defensa de nuestra noble cuna y linaje, siendo mejores personas.
Equidad como resultado de la inclusión. Desde el bachillerato, y ya como estudiante de la licenciatura en Derecho, Ciudad Universitaria se convirtió en mi casa; en mi corazón apareció una nueva familia, donde se vive el coraje, la pasión y la ambición del triunfo: siempre buscando la mejor versión de mí misma, reconociéndome desde los otros en caminos solidarios. El estudio y Taekwondo. Todo el día entre las aulas, la biblioteca y el gimnasio, pero siempre abrazada por la confianza y el apoyo de mi Institución. Eran tiempos difíciles por los conflictos políticos que prevalecían en la Federación Mexicana de Taekwondo. Los taekwondoines Pumas éramos sujetos de injusticias porque no pertenecíamos a la asociación deportiva identificada con los dirigentes de la Federación. Por otro lado, defendimos siempre el competir representando a nuestra querida UNAM.
Cuando inició formalmente el Taekwondo en la UNAM, en 1980, no había participación de mujeres. Inicié en 1983 y nos incorporamos pocas mujeres entrenando con nuestros compañeros varones más avanzados. No había torneos para mujeres. Tristemente, sólo íbamos a echarles porras a ellos. Con el tiempo logramos que se abrieran áreas de combate para mujeres en los torneos de los hombres.
Un Puma nunca está solo porque Pumas es uno. Las mujeres llegamos para quedarnos, pese a no contar con la misma atención que los varones en la práctica. Se pensaba que si algunas técnicas no nos salían bien al principio, no era por ser novatas sino por ser “mujeres”. Cambiamos la historia, por la dignidad y reivindicación de género, pero lo pudimos hacer porque nos sabíamos universitarias. Y eso nos hizo sentir que los logros estaban en nuestras manos y, por supuesto, a nuestro alcance. Sin embargo la lucha siguió.
En 1986, por primera vez, se convocó a las mujeres para integrarse a la Selección Nacional, rumbo a la Copa Mundial de Taekwondo a celebrarse en Estambul, Turquía. Logré integrarme a la Selección Nacional, pero en el Comité Olímpico, después de varias semanas concentrada, se me informó que no había presupuesto para la rama femenil.
En 1987 se conformó la Segunda Selección Nacional Femenil, en donde pude ganarme un lugar como seleccionada. De igual forma, se nos informó que no había presupuesto para la rama femenil. Sin embargo, la UNAM, mis compañeros y mi familia me brindaron el apoyo económico para poder asistir al Primer Campeonato Mundial Femenil de Taekwondo en Barcelona, España. Conquisté la Medalla de Plata. ¡Gooooyaa, Universidad! También recibí el Reconocimiento al Mérito Deportivo de manos del señor Rector Jorge Carpizo McGregor.
Al año siguiente, gané, en proceso selectivo, un lugar para representar a México en los Juegos Olímpicos que se celebrarían en Seúl, Corea (1988). De nueva cuenta, el Comité Olímpico Mexicano anunció que no tenía presupuesto para mujeres, solo podrían asistir los varones.
Mi muy querida Alma Mater me apoyó. En la Facultad de Derecho se hizo el clásico “boteo”, salón por salón, y la Milla de Plata, en la que profesores, empleados y alumnos colocaban billetes y monedas: reunimos el dinero. Fue una muestra solidaria de mucha garra puma.
Posteriormente, el Comité Olímpico informó que me apoyaría por haber ganado antes la medalla mundial. Lo recolectado se devolvió. A partir de 1988, los gimnasios de Taekwondo en nuestro país se llenaron de niñas. De eso es capaz la UNAM.
Logramos la Medalla de Bronce en esa justa olímpica y repetimos en 1992, en Barcelona, España. Conquistamos cuatro medallas mundiales, dos medallas en Campeonatos Panamericanos; campeona nacional invicta de 1983 a 1992. Se ganó el Premio Nacional del Deporte en 1989. ¿Cómo no lograrlo cuando tienes tanto apoyo? Fui la primera mexicana en ganarle en semifinales a una competidora coreana, procedente de la cuna del Taekwondo.
¿Cómo no te voy a querer, cómo no te voy a adorar? La UNAM me ha construido como mexicana, mujer, doctora en Derecho, política y deportista, dando significado a mi vida y de quienes me han acompañado en ella, como mi familia, autoridades y mis alumnos; como abogada, lucho por los derechos humanos y la equidad de género. Sigo confiando, porque la Universidad es para siempre.
Nada se compara en el noble continuo educativo que busca justicia social. Prueba de ello son los esfuerzos de la Fundación UNAM, procurando, por más de 26 años, que se concrete el Derecho a la Educación con más de 500 mil becas para jóvenes. Eso es prospectiva, compromiso y responsabilidad social. Es madre, casa, brazos, consuelo y progreso. Única Institución que defiende su autenticidad y destierra intereses ajenos. Te amo UNAM.
Universitaria y Medallista Olímpica y Mundial