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Raúl Carrancá y Rivas

UNAM y vida

En sentido biológico nacemos sólo una vez, pero en un sentido más amplio –biológico, espiritual e intelectual– habemos individuos que nacemos dos veces. En este último sentido yo nací cuando tuve conciencia de la personalidad de mi padre, Raúl Carrancá y Trujillo, quien imbuyó en mí desde la más tierna edad valores espirituales e intelectuales –junto con mi madre, quien los imbuyó morales y emocionales– que se abrieron como un abanico de posibilidades cuando entré en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso de la UNAM, en 1948. A partir de ese momento fui conociendo con luminosa claridad el valor y poder de la palabra, su relevancia y trascendencia inconcebible sin la inteligencia que la alienta, impulsa y orienta. Añado que al estudiar la primaria y secundaria –soy hijo único– escuchaba en conferencias y eventos académicos los discursos de mi padre –principalmente de mi padre–, de sus amigos y colegas y, sobre todo, de sus maestros republicanos españoles, que llenaban mi alma de una exaltación –elocuencia contenida– que me ha acompañado siempre. Raúl Carrancá y Trujillo, Luis Jiménez de Asúa, Mariano Ruíz Funez, Rafael Altamira y Crevea y Mariano Jiménez Huerta nutrieron mi alma de ideales y compromisos intelectuales del más alto rango. Mi padre, que estudió becado en la Universidad Central de Madrid, hoy Universidad Complutense, engalanaba su español de México con el español de España, de Madrid. Por cierto, ya en la Facultad de Derecho fui su alumno en Derecho Penal, Parte General, forjándome él con su formidable cultura y temperamento jurídico. Así se me fueron abriendo las puertas de la Universidad.

Ya en ella, y en concreto en la Facultad de Derecho –antigua Escuela Nacional de Jurisprudencia–, evoco inolvidables cátedras de Manuel Pedroso –Derecho Internacional–, de Rafael Preciado Hernández –Filosofía del Derecho–, de Luis Recasens Siches –Filosofía del Derecho en el doctorado–, de Constancio Bernaldo de Quiroz –Criminología– y de Rafael de Pina –Delitos en Particular–. No me es posible al respecto omitir algo histórico para la Universidad y para México. En esos años organizaba el periódico EL UNIVERSAL la Segunda Época del Concurso Nacional e Internacional de Oratoria (v. Guillermo Tardiff, El Verbo de la Juventud Mexicana, a través de los Concursos de Oratoria de “El Universal”, I y II Épocas, 672 páginas, México, 1961). Yo había participado en un Concurso de Oratoria organizado por EL UNIVERSAL en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Derecho, donde obtuve el primer lugar. Con posterioridad y en 1954 gané igualmente el primer lugar en el Concurso Nacional de Oratoria representando a Campeche, y luego me otorgaron el primero en el Concurso Internacional de Oratoria llevado a cabo en el Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México. Como consecuencia de lo anterior he recibido la medalla Félix F. Palavicini que otorgan EL UNIVERSAL y la Fundación Ealy Ortiz.

Mi paso por la Universidad y por la Facultad de Derecho ha estado marcado con la palabra. Lo explico. Mi carrera académica en la Universidad comenzó hace 70 años al ser nombrado profesor de Literatura en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso. Literatura y Derecho me han acompañado siempre, es decir, humanismo. Me refiero a la palabra como compromiso intelectual, espiritual y moral. Por eso sostengo que la palabra jurídica, la ley, es esto o debe serlo, pues no siempre el Derecho y la Justicia se reflejan en la palabra legal. Por eso en 1997 el Dr. Ignacio Burgoa Orihuela y yo, después de una arbitraria paralización de tareas que afectó gravemente a la Universidad, y ante las reiteradas declaraciones del Presidente de la República y del procurador General de la República en el sentido de que se recurriría al Derecho únicamente en caso extremo, les exigimos a tan altos funcionarios que cumplieran con la Ley Suprema por medio de la coerción constitucional del Estado, y que se recuperara la Universidad después de 10 meses de paralización de las tareas primordiales de enseñanza, investigación y difusión de la cultura; recabando una gran cantidad de firmas en un escrito en apoyo a nuestra gestión. Lo que por fin se hizo recuperándose la Universidad luego de un despojo sin duda criminal. Recuerdo que el Dr. Burgoa, con su habitual elocuencia marcada por una alegre e inteligente pomposidad, característica en él, solía decirme refiriéndose a esa verdadera hazaña: “¡Usted y yo fuimos los cónsules (evocando la época dorada de Roma) que recuperaron la Universidad!”. Cónsules o no, contribuimos. Lo narro aquí porque no me cabe la menor duda de que en el caso estuvo presente la palabra que en el área de las humanidades universitarias es el motor y el eje, la base y el cimiento de la Máxima Casa de Estudios: “Por mi Raza Hablará el Espíritu”.

Ahora bien, en este entorno y circunstancia señalo que la Fundación UNAM fue creada en 1993 por iniciativa del entonces rector José Sarukhan Kermez, para apoyar intelectual, moral y económicamente a la Universidad. En resumen, la Fundación UNAM es en sentido amplio una asociación civil de carácter autónomo, sin fines de lucro, y que se encarga de realizar diversos programas y actividades culturales a través de la comunidad académica y de egresados de la propia Universidad. Su finalidad fundamental es ser un lazo de unión, absolutamente incluyente, que integre a la comunidad universitaria y a los amigos de la Universidad. Actualmente la preside el abogado y economista Dionisio Meade y García de León, siendo su directora ejecutiva la maestra Araceli Rodríguez González. Es por eso que habida cuenta de la pandemia que recorre al mundo, incluido México obviamente, propongo desde aquí que la Fundación haga un llamado a quienes participan en ella para que con los medios electrónicos –redes sociales, computadoras, programas de videotelefonía, etc.– que hoy son un utilísimo y necesario instrumento de trabajo, se promuevan eventos académicos, de investigación y difusión de la cultura que mantengan vivo e inalterable el espíritu universitario contenido en el lema vasconceliano. Estamos entrando en una nueva era, en un nuevo tiempo en la historia de la humanidad, lo cual implica que una “raza verdaderamente cósmica” haga perdurar la trascendencia y relevancia de la cultura universitaria. Que siga hablando la palabra del espíritu universitario. Lo digo así porque yo tengo el gran compromiso de conservar vigentes con mi emeritazgo, y de difundir con la palabra, los altísimos valores de la Universidad, que incluyen lo mejor de la tradición intelectual, moral y espiritual de México. 

Profesor Emérito de la UNAM.

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  1. Josefina Angélica Morán Sandoval dice:

    Que trayectoria tan interesante. Tuve oportunidad de estudiar el libro de Rafael de Pina Vara “Títulos de Crédito” y conocer al Lic. Roberto Mantilla Molina y su libro de “Derecho Mercantil”.
    Personas como usted y como ellos, es un privilegio para la humanidad que existan.
    Reciba un cordial saludo y felicitaciones por tan extraordinaria trayectoria.

  2. Ricardo Lara Chávez dice:

    Excelente comentario de Excelente Maestro!

    Por eso siempre estare orgulloso de haberme formado como Licenciado y Maestro en Derecho en nuestra Máxima Casa de Estudios.

    Cursé mi Doctorado en Derecho en una Universidad Particular, y las bases obtenidas en Licenciatura y Maestría en la UNAM me permitieron destacar en esa generación de Doctorantes en Derecho.

    Saludos a toda la comunidad Unamita.

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