¿Qué tiene la UNAM?

La UNAM me ha dado todo y soy lo que soy gracias a ella. Desde mis jóvenes 15 años, cuando tuve la dicha de ingresar en 1966 a la Escuela Nacional Preparatoria 6 de Coyoacán, me ha ido formando de manera continua, enseñando, mostrando el mundo, la cultura y los lados contradictorios de la naturaleza humana. No paro de pregonar que esos tres años en Coyoacán fueron los mejores de mi vida. Forjaron en mí valores y experiencias tempranas que me entraron hasta el tuétano y que mantengo como acervo personal invaluable. De ahí que mis grandes amigos de hoy, con los que conformo una gran familia, me los haya puesto la vida a la mano durante esos años juveniles por la intercesión de la UNAM. Momentos compartidos irrepetibles que empataron vidas y las volvieron paralelas hasta donde lleguen. Como cuando regresando al plantel de una “cascarita” de futbol en el deportivo La Fragata, notamos que había un evento en el auditorio y al entrar, ver a Eduardo Mata dirigiendo a la OFUNAM. Lo recuerdo vívidamente por el efecto en mi interior que me marcó como primer contacto con la música clásica en vivo y reforzó mi gusto por la expresión musical, más allá de lo que representaban en ese entonces los Teen Tops, Los Locos del Ritmo o los Beatles. O las conferencias y cátedras, o más bien pláticas, con personajes de la talla de un Juan José Arreola, Enrique González Rojo, Salvador Novo o Eduardo del Río “Rius”, que nos dejaban entrampados en una mezcla de admiración a sus personas y una urgencia por hacer cosas para bien de nuestro querido México. Y qué decir del 68, cuando a los 17 años me encontraba metido en discusiones, marchas y aspiraciones que nos hicieron madurar y crecer de manera acelerada.
Tuve también excelentes profesores y directivos que lograron volver el aprendizaje en un auténtico gozo y que hicieron emerger mi vena por las ciencias y en particular por la Química. En mis primeras cátedras quedó claro cuál sería mi profesión. Y la camaradería que se forjó en el último año con otros compañeros que tenían la misma visión hizo que ingresáramos a la Facultad de Química como si fuera una continuación de nuestros estudios preparatorianos. Llegar a CU fue una transición suave y sin contratiempos que consolidó amistades, forjó nuevas y abrió un nuevo mundo de oportunidades, retos y sueños. Otros horizontes de lo que es nuestro país al conocer a muchos estudiantes de varios estados, con su hablar singular y sus costumbres, de los que aprendí mucho. Constaté ahí la dimensión nacional de nuestra UNAM.
La Química tomó formas conceptuales y pragmáticas al escuchar a grandes maestros y profesionistas destacados que a la par del rigor en sus clases nos narraban sus vivencias de trabajo en sitios emblemáticos, desde PEMEX hasta Syntex. Pero también las primeras camadas de jóvenes profesores recién doctorados en el extranjero que rompían las barreras del respeto formal promoviendo las relaciones de comunicación abierta y amistosa, y quienes potenciaron en nosotros el hambre por el conocimiento científico riguroso, obtenido con esfuerzo y método. Todo ello fortaleció el orgullo por ser parte del gremio químico, y en particular de los ingenieros químicos, con lo que asumíamos una responsabilidad y compromiso.
Estoy convencido que fuimos una generación privilegiada por todo lo que nos dio la UNAM. De hecho muchos proseguimos con estudios de posgrado en el extranjero y nos incorporamos de tiempo completo a la academia, tanto en la UNAM como en otras universidades. La oportunidad para seguir este curso obedeció en parte a una iniciativa visionaria de la Rectoría en lo que fue el Programa de Formación de Profesores. Gracias a este programa y a los Doctores José F. Herrán, Javier Garfias y Martín Hernández Luna tuve el gran apoyo con una beca crédito otorgada por el Banco de México para trasladarme a la Universidad de Birmingham, en Inglaterra, a realizar estudios de maestría, con lo que me adentré en la Ingeniería Biológica, que representaba un campo nuevo para los ingenieros químicos. Asignaturas como Ciencia de Alimentos, Bioquímica o Genética me dieron una incipiente entrada al impresionante mundo de la naturaleza. Y a su término, como parte del programa, me incorporé como profesor de carrera de tiempo completo, a los 25 años a mi querida Facultad de Química. Sin esta beca hubiera sido ciertamente imposible.
Durante seis años dicté varios cursos, dirigí mis primeras tesis de licenciatura de alumnos destacados que con el tiempo se convirtieron en investigadores reconocidos. Asumí también algunas responsabilidades académico-administrativas. Todo ello me adentró en la enorme valía de la UNAM en la formación de recursos humanos capacitados. Para ese entonces, el Departamento de Alimentos se había enriquecido con la llegada de varios doctores del extranjero que me hicieron reflexionar sobre la necesidad de continuar con mi proceso formativo. Para mi primer sabático, gracias al apoyo de los Doctores Padilla y Mateos como autoridades de la Facultad de Química y recomendaciones muy valiosas, tuve la fortuna de ser admitido al doctorado en el MIT de Boston, institución de gran prestigio y con programas avanzados en la frontera de la ingeniería química y las ciencias biológicas. Gracias al apoyo del Doctor Barnés y la aprobación por parte del Consejo Técnico de comisiones y licencias, alcancé el grado y cumplí una estancia posdoctoral de un año.
A mi regreso al trabajo académico y desde entonces, muchos alumnos han pasado por mis aulas y por mi laboratorio, a nivel licenciatura y posgrado. De ellos, en la enorme pluralidad que tiene la UNAM, también he aprendido mucho y varios me han distinguido con su amistad y estima. He probado innumerables veces varias condiciones: 1) Participar en trabajos de investigación y operar equipos sofisticados de laboratorio deja en ellos una formación invaluable que pocas instituciones como la UNAM pueden ofrecer. 2) Al participar en proyectos de investigación se muestra a plenitud que los jóvenes estudiantes cuentan con inventiva y creatividad insospechadas. 3) Que el único requisito para participar en estos proyectos es la garantía del trabajo dedicado y el aprecio por la oportunidad que se les brinda con los recursos que esta implica. 4) Que la condición socioeconómica de estos muchachos no determina estos requisitos.
Durante estos años asumí varias responsabilidades en la Facultad de Química, como Jefe de Departamento, Consejero Técnico, Secretario Académico de Investigación y Posgrado y Director en dos ocasiones, hasta que amablemente el Rector José Narro Robles me invitó a colaborar en su grupo de trabajo como Secretario General. Esta encomienda ha sido no sólo un honor que le agradezco profundamente, sino también una oportunidad única de conocer a nuestra universidad en su más amplio sentido, en su relevancia nacional, en su amplitud de alcances, en su compleja estructura funcional y, en manera relevante, en las condiciones de nuestra razón de ser: los estudiantes, desde la iniciación universitaria hasta los posgrados.
Desde la Secretaría General he tenido una cercanía operativa constante con la Fundación UNAM, que ha fortalecido mi reconocimiento y gratitud para esta organización fuera de serie. Su intervención en becas directas para estudiantes ha contribuido a lograr cifras crecientes que inciden en la mejora del aprovechamiento y los índices escolares. Conocer su muy relevante, continuada y desinteresada labor parte desde mis tiempos como Director de la Facultad de Química, cuando apoyaron varios proyectos de beneficio para los estudiantes y tomaron como propio un programa innovador pero incipiente de Becas Alimenticias, dándole una ampliación a muchas otras entidades.
Termino estas notas con dos acotaciones. Hace unos meses fui invitado a una plática a mi Preparatoria 6 de Coyoacán que intitulé “¿Que tiene la UNAM?, llegar y nunca salir de ella”. Esta relatoría sintética da cuenta de ello y refrenda mi agradecimiento a esta venerable institución. Por otro lado, cuando regresé del doctorado tuve la enorme suerte de contar con un nuevo y moderno laboratorio en el Conjunto E, construido gracias a la campaña financiera del Doctor Barnés en conjunto con el Patronato de la Facultad de Química, conformado por muy distinguidos egresados solidarios con su universidad. Fue para mí muy significativo testificar en diversos eventos y reuniones la satisfacción que les generaba el apreciar los productos alcanzados con su altruismo, expresado en forma de tiempo y dinero. Mi agradecimiento con ellos será infinito porque me permitió despegar de lleno en mis investigaciones en instalaciones inmejorables. La enseñanza es clara: dar engrandece y recibir se agradece con resultados. Cerrar el ciclo de recibir para luego dar a otros representa una ruta que es fuente de bienestar con uno mismo.
Dar a la UNAM proyecta y engrandece al donante por regresarle un poco de lo mucho que nos ha dado. La Fundación UNAM está al alcance para lograrlo. Sin las aportaciones de sus egresados y personas con miras altas no podremos cumplir a plenitud nuestra responsabilidad como orgullosa universidad pública y de esta manera ayudarnos a seguir confiando en la juventud para un México con futuro.
Por: Eduardo Bárzana, Secretario General de la UNAM
Fuente | El Universal
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