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Ligia Pérez-Cruz

Los buques de la UNAM y el trazo de un derrotero

Soy la más pequeña de una familia de seis hermanos, todos ellos con su historia propia con la UNAM. La mía inició a los 14 años, desde mi incursión al Colegio de Ciencias y Humanidades. Mi paso por él fue una travesía interesante, en un ambiente de libertad y motivación, en donde disfrutaba de las materias relacionadas con ciencias naturales y filosofía, y de ser parte del  coro. Posteriormente estudié la licenciatura en Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM  y fue hacia el final de ésta cuando me acerqué al Instituto de Ciencias del Mar y Limnología  para realizar mi servicio social en un área en donde se estudiaban diminutos fósiles  encontrados en los sedimentos de los mares, el Laboratorio de Ecología de Foraminíferos y Micropaleontología. Estos estudios me atraían y además pensaba que me permitirían  acercarme al trabajo que los paleontólogos llevan a cabo en empresas como Petróleos Mexicanos, lo que me daría la posibilidad de, al graduarme, optar por un empleo, y contribuir a  la economía familiar.

Mi incorporación al laboratorio cambió el derrotero que me había trazado. En menos de dos meses me embarqué en uno de los buques oceanográficos de la UNAM, el “Justo Sierra”, navegando en la Sonda de Campeche, en el Golfo de México. Ahí, llevada por las corrientes oceánicas y sobre sedimentos y rocas que resguardan los recursos energéticos de México, celebré mi cumpleaños con pastel y como velitas, las torres de las plataformas de perforación   en Cantarell. ¡Qué imagen! El jefe de Campaña era un islandés que había llegado a México por parte de la UNESCO para apoyar el desarrollo de la Oceanografía en México, el Dr. Ingvar Emilsson. Fue un privilegio que mi primera expedición fuera al lado de tan insigne oceanógrafo. Al desembarcar, la decisión estaba tomada, me dedicaría a la oceanografía, a estudiar los  mares y a navegar; al poco tiempo me gradué de bióloga estudiando microalgas, circulación oceánica y “El Niño”, en el Golfo de California.

Inmediatamente ingresé a la Maestría, en el Posgrado de Ciencias del Mar y Limnología, y obtuve una beca de la UNAM. En este trayecto, personajes como el Dr. Agustín Ayala Castañares, miembro de mi comité de tesis, dejaron una huella profunda que fortaleció la educación familiar y que perdura hasta ahora —honrar mis compromisos. Coincidí nuevamente con el Dr. Emilsson en el curso de Métodos Oceanográficos, esta vez con un sextante en mano. Durante esos años gané una ayudantía en la materia de Paleontología, en la Facultad de Ciencias, y fue el Dr. Raúl Gío Argáez quien me acercó, en las prácticas de campo, a los mares del Mioceno.

Mi investigación de tesis fue una transición hacia la geología marina estudiando microfósiles en los sedimentos del Golfo de Tehuantepec. Durante este tiempo mi entrenamiento y campañas a bordo de los buques de la UNAM fueron frecuentes. Descubrí cómo los sistemas terrestres  están interconectados: los vientos, las corrientes oceánicas, la productividad biológica y que los sedimentos del piso marino registran y resguardan toda esa historia.

Hice una pausa de cuatro años en mi relación con la UNAM para trabajar en la Dirección General de Investigación y Vinculación de la Secretaría de Educación Pública y,  posteriormente, en la Gerencia de Geociencias del Instituto Mexicano del Petróleo, lo que me permitió asomarme a los trabajos de exploración de hidrocarburos y estar en las plataformas petroleras. Cuatro años después regresé al doctorado, bajo el cobijo nuevamente de una beca de la UNAM.

Años más tarde me incorporé como investigadora al Instituto de Geofísica de la UNAM, dentro del Programa Universitario de Perforaciones en Océanos y Continentes. Decisión no fácil en aquel momento, y que me hizo reflexionar sobre las bondades de la industria privada y la   UNAM; en esta última reconocí la libertad, el dejar ser y hacer, su generosidad —porque para todos tiene— y sus innumerables capacidades. Como investigadora volví al mar en esos   buques en donde crecí, estudiando los sedimentos del Golfo de California y las rocas del Cráter Chicxulub, en la plataforma continental de Yucatán, reconstruyendo el clima en el pasado geológico.

El ser parte del programa de perforaciones de la UNAM me permitió acercarme a los proyectos del Programa Internacional de Descubrimientos en los Océanos (IODP), en los que ahora colaboro, lo que ha representado una de las más grandes satisfacciones a lo largo de mi vida

El IODP inició en la década de 1960 como el Programa de Perforaciones de los Mares Profundos (DSDP), y ha sido el más importante en la exploración oceanográfica, clave en el desarrollo de la teoría de tectónica de placas y en el entendimiento de la evolución del planeta. Los hallazgos y aportes científicos incluyen los estudios del Cráter de Chicxulub, proyecto en el que participé en 2016. Por si fuera poco, en otro golpe de suerte, próximamente participaré en   la Expedición 385 del IODP en la cuenca de Guaymas en el Golfo de California, con un grupo internacional de investigadores.

Durante los últimos dos años, y por una suerte que no busco entender, fui designada coordinadora de las Plataformas Oceanográficas de la UNAM; cargo que ocupó por más de tres décadas el Dr. Emilsson. Mi compromiso es grande porque él me consideraba, en sus propias palabras, como “de las coleccionables”, todo un elogio de su parte. El gran reto es mantener y ampliar las capacidades de investigación de los buques oceanográficos.

La intención de este recuento es transmitir y resaltar las capacidades y la infraestructura con que cuenta la UNAM desde hace casi cuatro décadas, que se extienden al mar patrimonial y más allá, y que la hacen única en América Latina. La mirada visionaria del que fuera rector en aquel entonces, el Dr. Guillermo Soberón Acevedo, llevó a la adquisición de los buques, construidos y diseñados en Noruega, expresamente para llevar a cabo investigaciones multidisciplinarias de oceanografía y geofísica marina, ingeniería y arqueología.

Los buques representan un instrumento de investigación y de vinculación nacional, en donde la mayoría de las instituciones en el país, relacionadas al mar, hacen uso de ellos. La UNAM ha procurado el financiamiento de su operación y mantenimiento con el propósito de seguir apoyando las investigaciones marinas y la formación de recursos humanos en estas disciplinas.

 Los Buques Oceanográficos de la UNAM, más que instrumentos para ir de un sitio a otro, son páginas de historia, de aventuras y descubrimientos científicos.

El trazo de otro derrotero: Hace un poquito más de un cuarto de siglo se creó como asociación civil —noble y generosa—, la Fundación UNAM, que desde sus inicios trazó un derrotero con una amplia y extensa cobertura, impulsando y fortaleciendo las actividades sustantivas de la Universidad a través de programas de apoyo a la docencia, investigación y divulgación, y que ha permitido a miles de universitarios llegar a buen puerto y ver materializados sus sueños.

Investigadora del Instituto de Geofísica y coordinadora de las Plataformas Oceanográficas de la UNAM

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