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Sabina Irene Lara Cabrera

Mi vida, la UNAM y beca de Fundación UNAM

Crecí muy cerca de la UNAM; los veranos íbamos los chicos (amigos del condominio, entre ellos hijos de refugiados de las dictaduras de Argentina y Chile), a jugar a la UNAM, desde béisbol en la explanada de las bolas, hasta patinar en el piso rojo del estadio y claro, andar en bici. ¡Ah! y, por supuesto, correr y brincar por los techos de la Facultad de Arquitectura. “No te preocupes mamá, no pasó nada”. Me atrevería a decir que la UNAM en cierta forma me crió y, para mí, no era pensable estudiar mi carrera en ninguna otra Universidad.

Afortunadamente, en 1992 ingresé a la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias; fortuna que tristemente con los años cada vez es más difícil de celebrar para las nuevas generaciones. Como otros que ingresamos a la UNAM desde una escuela particular, la primera impresión fue   la inmensidad, no sólo de espacios, bibliotecas y laboratorios, sino de diversidades;   compañeros que vivían a dos horas de la Universidad; compañeros que se iban en coche; compañeros que eran los primeros en sus familias con estudios superiores, e hijos de eruditos investigadores. Otras dos impresiones fueron el trato como “compañeros”  y la  politización desde los profesores; fue un cambio, buen cambio, ser incluida en una comunidad donde todos éramos compañeros (sin diferencia alguna), desde los compañeros de pupitre hasta el profesor.

Llegué a la carrera con mucho entusiasmo, el cual fue alimentado por muchos profesores y retado por algunos pocos. Mi primer acercamiento real, a mis ojos de 18 con la Biología, fue un viaje al campamento tortuguero en Faro de Bucerías, Michoacán, donde recibí los huevos de  una tortuga laúd que se llevaron a buen resguardo hasta que eclosionaran; por los mares    quizás aún nada una de esas tortugas que ayudé. Entre los muchos maestros que tuve, los que más recuerdo y que me marcaron, fueron las hermanas Marquina, con quienes llevé cálculo en primer semestre, y Antonio Lazcano, quien impartía unas clases multitudinarias con un carisma que admiro y no logro emular, muy divertido, recuerdo que entre el Origen de la Vida nos  contaba uno que otro chisme de los famosísimos científicos, haciéndolos así humanos a los   ojos ávidos de los protobiólogos. Con el paso de las materias se fue decantando mi gusto hacia la botánica, porque, aunque al principio me gustaba todo, la vida y ya, al llegar a las zoologías y sentir que se me doblaba el estómago al echar a hervir a un caracol, al ver palpitar el corazón   de una rana, me fue quedando claro que yo mejor tomaba los apuntes de las prácticas y dejaba  a mis entusiastas amigos “ensuciarse las manos”.

El programa de Biología de entonces incluía dos biologías de campo, en las que me incorporé   al proyecto Flora de Guerrero, donde Rosa María Fonseca y Ernesto Velázquez me inspiraron cada vez más hacia la taxonomía. A la par llegué a la Botánica IV con Hilda Flores y ya, ella me enamoró del campo de la taxonomía vegetal. A ella le debo que me acercara al Instituto de Biología, donde tuve la fortuna de hacer la tesis de licenciatura con Alfonso Delgado. Me tocó interactuar entre otros, con dos eminencias: Javier Valdés y Mario Sousa; el primero era inspirador y divertido, seguido me llegaba con alguna pregunta de cultura general como, a ver

¿cuáles eran las estrategias militares de Napoleón? A lo que, evidentemente, me quedaba en blanco y me llamaba la atención a que estoy en la Universidad y debo ampliar mi cultura general, no como regaño, sino como amable invitación, algo que sigo tratando, aunque, a la fecha, no le puedo responder; había olvidado esta pregunta.

Por su lado, Mario Sousa era serio y totalmente comprometido con el herbario y las  leguminosas. Me enseñó a tomar la botánica con seriedad, seguir actualizándome sobre la clasificación botánica con compromiso total. Años más tarde tuve la fortuna de proponer que se le otorgara el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; muy merecido reconocimiento a su incansable labor. Alfonso Delgado fue un asesor ejemplar, a quien debo mucho y estimo, aunque ya no lo vea tan seguido; me ayudó con su recomendación a obtener una beca por alto desempeño académico de Fundación UNAM. Era un programa que iniciaba y que, en esos tiempos, consistía en ayudar financieramente, de  forma parcial, a estudiantes con alto desempeño, por el que apuntaban a un futuro prometedor en su campo de investigación. Con el fondo de esta beca cubrí los gastos de mi tesis de licenciatura para cerrar mi ciclo en el primer nivel universitario. A la fecha sigo agradeciendo a   la Fundación UNAM ese respaldo, pues me ayudaron a llevar la tesis a buen término y poder continuar con mi formación.

Después, gracias a una beca de Conacyt, me fui a estudiar el doctorado a la Universidad Wisconsin, en Madison, donde seguí mis estudios de taxonomía vegetal y me pude especializar en sistemática molecular; es decir, la clasificación de las plantas con ADN, además de  morfología y las demás evidencias, que han resultado en muchos cambios importantes en la clasificación de plantas con flores, como la clasificación del Angiosperm Phylogeny Group. Mi doctorado lo hice investigando relaciones entre especies de parientes silvestres de papa de México y Centro América, bajo la dirección de David M. Spooner, y en ese nivel jerárquico me  he quedado, relaciones entre especies; aunque me mudé de grupo de plantas, a las salvias.

Agradezco mucho la formación de primer nivel que me brindó la UNAM y todos los profesores, preparándome así para el doctorado. Fue la sólida formación de ese primer nivel, redondeado por el apoyo de Fundación UNAM que me lanzó fuerte y entusiasta hasta la conclusión de mis estudios de doctorado.

A los cuatro años terminé el doctorado y me incorporé a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, gracias a la Universidad Michoacana, evidentemente, y al programa de Retenciones, que en ese entonces mantenía Conacyt, por el que se financiaba el primer año de trabajo en la institución receptora, para así fortalecer el cuerpo de docentes. Estos inicios me  han llevado a mantener mi labor docente y de investigación en la Universidad Michoacana, ya a lo largo de 18 años.

A manera de conclusión, dejo un sueño por las universidades estatales, como la Michoacana, donde las condiciones de trabajo en docencia y en investigación pudiesen llevarse a cabo en semejantes condiciones a las de la UNAM; en vez de los graves problemas financieros que aquejan hasta las quincenas de su personal, que fuera factible colaborar en igualdad de condiciones con colegas de otras instituciones nacionales y extranjeras.

En fin, que cada universidad estatal fuera considerada más en lo que vale por sí misma y que cada una encontrara la fórmula para crear su propia fundación, como Fundación UNAM, que aliente la excelencia académica y anime a los estudiantes a despegar en el camino de la investigación. Ojalá las universidades del país fueran adecuadamente financiadas, homologadas y tuviésemos igualdad de condiciones para laborar, pues todos llevamos la elevadísima responsabilidad de formar al futuro del querido México.

Profesora-Investigadora Titular C, TC Facultad de Biología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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