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Susana Lizano Soberón

Con agradecimiento a la UNAM

Ingresé a la Facultad de Ciencias de la UNAM al comenzar 1976. Tuve la suerte de iniciar la carrera de Física en el edificio aledaño a lo que era la Torre de Ciencias y la fuente de   Prometeo, en la parte central del campus de Ciudad Universitaria. Era un lugar lleno de historia. Recuerdo momentos de descanso en la fuente de Prometeo, donde conocíamos a compañeros que nos platicaban de grandes maestros que trabajaban en la Torre  de Ciencias. Ahí   convivimos con estudiantes de las otras carreras de la Facultad que, en ese entonces, eran Actuaría, Biología y Matemáticas. Esta estancia fue breve, ya que se estaba construyendo un nuevo edificio para la Facultad en el Circuito Exterior de Ciudad Universitaria. Hubo alguna resistencia estudiantil para hacer el cambio que finalmente se superó y estrenamos las nuevas instalaciones a principios de 1977. Esta zona se conoció como la zona de los institutos porque ahí se trasladaron los Institutos del Subsistema de la Investigación Científica. Así, tuvimos el mejor de los mundos: una Facultad de Ciencias rodeada de institutos de investigación.

Entrar a la carrera de Física en la UNAM fue descubrir un mundo nuevo, maravilloso, en donde todas mis clases eran de Física y Matemáticas. Al principio compartimos las materias básicas  de matemáticas con estudiantes de las carreras de Matemáticas y Actuaría. A pesar de la tendencia natural a la especialización en la licenciatura, el mosaico de intereses e inquietudes que encontré entre mis compañeros me abrió los ojos a la diversidad social y cultural de   nuestro país. Entre ellos, conocí a mis grandes amigos de la carrera y de la vida, con quienes compartí tardes de estudio, cines, peñas y viajes mochileros.

Tuvimos grandes maestros. Entre ellos recuerdo a los profesores José Luis Abreu y José Ángel Canavati, quienes, durante el primer semestre, unieron sus grupos de Cálculo, lo cual fue un experimento interesante. Éramos un conjunto numeroso de alumnos, a veces temerosos de ser interrogados y expuestos a la aguda ironía de Canavati, a veces reconfortados por la empatía   de Abreu, quien nos compartía su experiencia de “la angustia de El Límite”. Conformamos un grupo, enlazado por intereses comunes, que siguió los cursos de ecuaciones diferenciales con Jorge Ize y Tim Minzoni. Fue una gran experiencia que me hizo dudar si quería dedicarme a la Física o a las Matemáticas. Para cerciorarme, a partir del quinto semestre tomé muchas  materias de Física avanzada en campos diversos, entre ellos, el curso de Temas Selectos que incluía Astronomía, con Manuel Peimbert. Finalmente encontré mi pasión cuando tomé una  clase con Jorge Cantó sobre la Física del Medio Interestelar. Me pareció maravilloso estudiar la dinámica de gases y utilizar las ecuaciones diferenciales para explicar fenómenos que ocurren en el cosmos, como son los vientos de las estrellas jóvenes y las explosiones de supernovas.

Por eso, al finalizar la carrera, decidí que continuaría mis estudios de doctorado en Astronomía. Entonces era necesario salir al extranjero y la UNAM otorgó becas a varios estudiantes para realizar estudios de posgrado en diferentes universidades en Estados Unidos. Para mí, esta fue sin duda la gran oportunidad que marcó mi vida y me permitió prepararme en una de las   mejores universidades en el campo de la Astronomía: la Universidad de California en Berkeley. Posteriormente regresé a México y me incorporé al Instituto de Astronomía en Ciudad Universitaria, en donde trabajaban los destacadísimos maestros que consolidaron este campo  de conocimiento en México.

Durante mis primeros años como investigadora en el Instituto de Astronomía empezó a    gestarse la idea de desarrollar nuevas sedes de la UNAM en provincia, similares a las sedes   que existían en Ensenada y en Cuernavaca. Con esta idea, un grupo de astrónomos, ecólogos   y matemáticos nos trasladamos a Morelia para fundar las unidades académicas de los institutos de Astronomía, Ecología y Matemáticas de la UNAM. Fueron años de trabajo arduo, de esperanza y vicisitudes que, 20 años después, tuvieron como resultado el campus Morelia, que es hoy en día una sede exitosa de la UNAM. Este campus aloja al Instituto de Radioastronomía  y Astrofísica, el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, el Centro de Ciencias Matemáticas, el Centro de Investigación en Geografía  Ambiental,  la  Unidad Académica Michoacán del Instituto de Geofísica y la Unidad Académica Morelia del Instituto de Investigaciones en Materiales, en donde trabajan casi 200 investigadores y técnicos   académicos y más de 200 estudiantes de posgrado. En este campus se creó, además, la Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Morelia, que tiene casi 900 alumnos cursando estudios profesionales en 13 licenciaturas. El campus destaca por su labor de investigación, docencia y divulgación de la ciencia en Michoacán y en el país.

No me puedo imaginar una institución más generosa que la UNAM, con sus magníficos   maestros y su apoyo a los estudiantes desde su ingreso, a lo largo de su carrera y estudios de posgrado. Al igual que gran parte de los egresados de la UNAM, le debo a mi alma mater mi desarrollo profesional, ya que mis padres no hubieran podido pagarme una educación privada.

Como mencioné antes, en mi caso, el poder estudiar en una institución en el extranjero fue una gran oportunidad que impulsó mi carrera académica hacia nuevos horizontes. Además, la   UNAM ha desarrollado y continúa desarrollando campus foráneos para contribuir a la formación de los jóvenes y realizar investigación de frontera en todo el territorio nacional, y así contribuir al bienestar y desarrollo de nuestro país.

Desde 1993, la Fundación UNAM realiza un trabajo extraordinario becando a miles de estudiantes durante la licenciatura para que no abandonen sus estudios. La Fundación UNAM también brinda a muchos estudiantes la oportunidad de hacer una estancia en el extranjero, lo que les permite obtener nuevas herramientas para su trabajo y adquirir una visión amplia y crítica del mundo. Considero que esta labor es importantísima y loable, y que debemos apoyarla. La función de movilidad social que caracteriza a la UNAM es esencial para el país y, sin duda, ésta se ha visto reforzada por la labor de la Fundación UNAM.

 Investigadora del Instituto de Radioastronomía y Astrofísica de la UNAM

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