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Fernando Serrano Migallón

La Universidad

La Universidad Nacional Autónoma de México ha sido, es y será, mientras yo viva, el centro de mi existencia. Ingresé en 1965 al primer año de la carrera de licenciado en Derecho y desde entonces mi vida ha girado en torno a ella. He sido estudiante, profesor, investigador, funcionario universitario, autoridad universitaria, representante de alumnos y de profesores ante sus órganos colegiados y se ha convertido para mí en una adicción que me impide alejarme de ella. Mi participación, en dos ocasiones como Abogado General, son recuerdos imborrables en mi vida; defender a la Universidad de los ataques del poder público para ir cercenando de forma solapada su autonomía, recuperar en febrero de 2000 las instalaciones universitarias después de un año de huelga, tener la emoción de recibir en la explanada de Rectoría los espacios universitarios ocupados por la fuerza pública y percibir de manera evidente la alegría de los mexicanos que, a esas horas de la madrugada, pasaban accidentalmente por la avenida Insurgentes Sur.

En 1965 todavía se llevaban a cabo en la Universidad las bienvenidas a los alumnos de nuevo ingreso llamadas “perradas” y el primer día de clases lo afronté con gran temor. Al llegar al edificio de la Facultad, los alumnos que ingresábamos éramos pelados y, más tarde, se organizaba un desfile alrededor del campus universitario donde nos exhibían. Ese primer acercamiento, como podrá suponerse, nos causaba un gran desasosiego, una profunda inseguridad ante lo incierto y la duda de pensar si seríamos capaces de incorporarnos a un mundo nuevo completamente desconocido.

Yo venía de un centro educativo privado donde la atención y la relación con los alumnos eran completamente distintas; sin embargo, esa primera sensación de desamparo frente a lo nuevo desapareció en tres o cuatro semanas y se convirtió en una relación de pertenencia profunda e inquebrantable. Al mes me sentía en casa, en un ambiente de libertad donde todo era nuevo, agradable y enriquecedor. Me sentía como si hubiera abierto en mi mundo una gran ventana por la que había entrado una bocanada de aire fresco. A las clases asistía como espectador de una conferencia, donde el nivel de las exposiciones no dejaba nunca de sorprenderme. La participación de los compañeros me llenaba de inquietudes, dudas y deseos de aprender más para poder intervenir en los debates con seguridad. Asistía a la Ciudad Universitaria por la mañana y por la tarde, perseguía todo tipo de eventos culturales: teatro, música, cine, conferencias. Recuerdo personajes y eventos imborrables: entre los mexicanos, Eduardo García Máynez, Antonio Martínez Báez, Vicente Lombardo Toledano, David Alfaro Siqueiros, Octavio Paz, García Robles, Jesús Silva Herzog; entre los extranjeros, Pablo Neruda, Juan Gelman, María Zambrano, León Felipe, Armando Cassigoli, y dos personajes históricos para sus países como fueron Arturo Illia, expresidente de Argentina, y Luis Jiménez de Azua, expresidente de España. Y entre los eventos: la poesía en voz alta, las obras de teatro en el frontón abierto y las fábulas pánicas. Las reuniones con los amigos en los cafés, particularmente en el de la entonces Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, nos llenaban de humor y alegría. A pesar de este ambiente gratificante, me ha tocado vivir en la Universidad los eventos, quizás más conflictivos, de la vida universitaria.

En 1966, una revuelta organizada desde el poder quitó de la Rectoría al magnífico rector Ignacio Chávez. Dos años después, y quizás debido a las enseñadas que los alumnos tuvieron en la algarada de dos años antes, utilizaron este conocimiento para organizar el movimiento estudiantil de 1968, en el que los estudiantes participamos con esperanza de un mundo más libre, más justo, y que terminó en México con un acto sangriento, con autoritarismo e inexplicable, y algunos fuimos detenidos.

Desde entonces, la Universidad ha cambiado mucho, adelantos, progresos, reorganización administrativa, planes de estudio, el incremento de la colegiatura estudiantil; es particularmente notable la presencia de las mujeres en las clases y en la vida universitaria. La primera clase que recibí en 1965 me la dio el inolvidable maestro Néstor de Buen, quien nos comentó que estaba muy contento con que ya hubiera un 10% de mujeres, pues cuando él había ingresado sólo había una mujer en su generación; hoy, en la Facultad de Derecho y, creo que es un dato general en toda la Universidad, más de 50% del alumnado está compuesto por mujeres, con todo lo que esto conlleva de apertura, visión creativa y generosa que las mujeres le dan al mundo. Los cambios que ha sufrido la Universidad son notables, pero su esencia sigue siendo la misma. Justo Sierra crea la nueva Universidad en 1910 con su famoso discurso en el que desliga a la nueva institución de la original Real Universidad de México; y si el maestro Sierra tiene esa idea y la lleva a la práctica, también hay que considerar que su decisión de crearla se llevó a cabo debido al espíritu de necesidad de crear una institución de educación que desde la época de la Colonia existía en el país.

Fray Juan de Zumárraga y don Antonio de Velasco solicitaron una universidad para la Nueva España, lo que tardaría muchos años en suceder, cuando la Conquista se convirtió en Colonia. Durante los 300 años de dominación española, y en todo el siglo XIX, sufrió innumerables transformaciones de forma, de organización y de nombre, hasta ser desaparecida definitivamente a finales del siglo XIX. El propio Sierra hizo tres intentos previos a la creación de la Universidad; como secretario de Instrucción Pública siempre la tuvo en mente y es en 1910 que logra llevar a cabo su proyecto como uno de los hechos más significativos de los actos conmemorativos del centenario de la Independencia de México. La Universidad se crea como una dependencia administrativa de la Secretaría, y se va liberando de las ligas políticas y administrativas paulatinamente. En 1929 logra su autonomía que, aunque limitada, muestra el camino para regirse con libertad; a continuación vendrá la ley de funesta memoria de 1933 y en 1945 será promulgada la actual ley que nos rige hasta nuestros días. Durante todo este tiempo la Universidad ha sido la conciencia crítica de la nación.

De sus aulas salieron los pensadores de la Revolución Mexicana, los constructores del nuevo Estado mexicano y la sociedad mexicana fue pensada, planteada y llevada a cabo por universitarios. El carácter de la educación laica y libre también fue discutida y llevada a cabo por los universitarios y plasmada posteriormente en la Constitución. A lo largo del siglo XX, la presencia de los universitarios ha sido fundamental para la transformación política y social de México. La lucha por la democracia, la crítica permanente a un régimen autoritario y el deseo permanente de abrir canales de discusión y participación que tuvieron como consecuencia un México mucho más libre y más democrático. Con generosidad sin límite ha sido el crisol de la mayoría de las universidades del país; las universidades de todos los estados de la República han abrevado en la experiencia y el conocimiento de la Universidad Nacional. El apoyo desinteresado a la creación de instituciones de educación superior de carácter privado también ha sido fundamental; no sólo ha sido el germen sino también el faro de la educación superior en México.

La generosidad de la Universidad Nacional no sólo se ha manifestado en la protección y apoyo de profesores y alumnos mexicanos, muchos extranjeros, que por razones políticas han tenido que dejar sus países, han encontrado en México y en su Universidad un campo fértil para la creación científica y cultural y muchas de sus mejores obras han sido producidas en nuestro país gracias a la Universidad Nacional Autónoma de México. Testimonio de ello pueden ser los republicanos españoles y los de América Latina.

Hay una atribución que no está en el texto de la ley y que quizá sea la más importante: el ser la conciencia crítica de la nación; en ella cumple magistralmente con su misión de ser una orientación para la sociedad mexicana, lo que hace no sólo a través de estudios y documentos sino lo que es más importante y trascendente, a través de la formación de sus alumnos. La Universidad, al preparar a los que serán sus egresados, no sólo lo hace para que puedan desarrollar una actividad profesional, no sólo otorga un título que posibilita su ejercicio, sino que, lo que es más importante, los forma socialmente para ello. Esta característica, obligatoria para la educación pública, lo hace de forma ejemplar; forma mexicanos comprometidos con nuestro país, la Universidad plantea alternativas, analiza conceptos, elige vías y propone caminos. Esto no se podría hacer sin un ejercicio pleno y absoluto de autonomía.

El peso de la Universidad Nacional Autónoma de México ha sido y es esencial para la vida en el país; no hay ninguna otra institución de educación superior que signifique a la sociedad a la cual pertenece, lo que la UNAM es para México. Si sólo fuera por lo que ha hecho hasta ahora, merecería el apoyo y el reconocimiento del Estado mexicano, pero si nos damos cuenta de lo que puede hacer todavía, este reconocimiento debería ser mucho mayor.

Muchas gracias a la Universidad Nacional Autónoma de México por lo que me ha dado en lo personal y lo que le ha dado a México. Muchas gracias a la Fundación UNAM por darme la oportunidad de hacer este recorrido de mi vida universitaria, pero sobre todo muchas gracias a todos los universitarios que con su esfuerzo mantienen viva esta casa de la libertad.

Profesor de Ciencia Política y Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la UNAM. Profesor en las licenciaturas de Administración Pública y Relaciones Internacionales de El Colegio de México

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  1. Beatriz Makin dice:

    Estimado Lic. Serrano:
    Aprecio sinceramente su escrito acerca de la UNAM. Sus palabras esbozan lo que todos y cada uno de los estudiantes, pasantes, profesionales, académicos, investigadores… sentimos por nuestra máxima casa de estudios. Gracias.

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