Alfonso Larqué Saavedra

Mi formación de Biólogo en la Facultad de Ciencias de la UNAM
Ha sido muy estimulante el aclarar la importancia de haber sido formado en una institución académica como lo es la Universidad Nacional Autónoma de México. A los que decidimos seguir una carrera dentro de la investigación científica siempre nos apoya el saber en dónde y quiénes han sido formadores y orientadores de formar mentes que se dediquen a desarrollar esta actividad. En la década de 1960, en nuestro país el estudiar para biólogo era algo que no se entendía. Máxime que en el listado de profesiones en el sector público no existía esa posición para dar trabajo, de tal forma que se daban otros nombramientos a los pocos biólogos que se incorporaban al sector laboral. La formación de profesionales en biología para muchos era el prepararlo para la formación docente como actividad fundamental. Cuando realmente se despeja qué es ser un biólogo, por los cursos que conforman el corazón de la carrera, se percata uno del gran vacío que había de estudiosos que tuvieran una formación holística o integrativa de la vida en su conjunto y de la interacción entre organismos con el medio físico que lo rodea.
Con esa primera lectura de las materias que se debían cursar para obtener el título de biólogo me percaté de que tendría una tarea mayúscula que no me volvería experto en nada y que sí me introducía a una forma de pensar de lo que ahora se llama sistemas integrales. Era particularmente importante sumarse a lo que en esa época sucedía en el campo de la ciencia en el mundo y resaltaba el hecho de que había un proyecto bandera a nivel mundial, el de los viajes espaciales, específicamente lo que había apuntado en 1962 el presidente Kennedy, de los Estados Unidos, que insto a la ciencia a integrar el conocimiento para llegar a la luna. Fue una década que motivaba a muchas mentes que teníamos interés en saber si había vida en otros planetas y, sobre todo, de saber cómo se manifestaba ésta. En este ambiente se resaltaba por supuesto la importancia de la biología al igual que otras disciplinas importantes que casualmente se dictaban en la Facultad de Ciencias, en donde deseaba estudiar la biología. Esto es, los colegas que estudiaban física teórica y física experimental, astronomía, matemáticas, fundamentalmente, que en los corredores nos reuníamos a conversar sobre el tema y muchas veces los profesores nos comentaban sobre dichos proyectos mundiales. El viaje espacial de Gagarin o de la perrita Laica. Recuerdo con mucha alegría que fue allí donde se aclaró en mi mente la importancia de la biología, por lo que se publicaba en la prensa y más cuando leí que serían las semillas del maíz las que validarían una serie de procesos de germinación y crecimiento durante los viajes espaciales.
En esa década fue cuando se empezó realmente a tener fotografías del globo terráqueo y era apasionante contemplar nuestro planeta en el que se resaltaban tierras y mares y entonces surgía la gran interrogante que apasionó a muchos jóvenes, que era el poder tener bien referenciado lo que es la vida en el planeta. En la Facultad de Ciencias de la UNAM se impartían clases en las que se hablaba del origen de la vida, y de igual forma nos compartían ideas sobre la biodiversidad de nuestro país, hasta la productividad del planeta y todos los sistemas que ocurrían de manera paralela en el proceso de la integración de los grupos sociales que conforman el Homo sapiens. Como resultado de pasar por las aulas de la UNAM fue que debía tener oportunidad de orientar la forma de ver al mundo con una óptica diferente a lo que estaba acostumbrado a escuchar en la sociedad que me rodeaba.
La increíble experiencia de incorporarme a la UNAM desde la preparatoria fue uno de los aciertos más positivos que pudo haber en mi carrera profesional. Recuerdo la impresionante edificación de los jesuitas, que era la Preparatoria 1 en San Ildefonso, en la Ciudad de México. Viajaba diariamente de Texcoco al corazón de La Merced y de ahí hasta dicho recinto. La impresión de la grandiosidad del lugar donde tomaría clases, sus salones señoriales, como el Generalito, el auditorio y la hermosa biblioteca. No dejaba de contemplar diariamente los famosos murales pintados por Diego Rivera, uno de los grandes muralistas de nuestro país. En ese lugar tuve la oportunidad de tomar clases con excelentes profesores que elegantemente vestidos nos impartían sus cursos. La química que enseñaba el profesor Murillo o la literatura universal del profesor Buenrostro eran apasionantes, clases que siempre tengo presentes. En el área biológica, el profesor de zoología nos explicaba con profunda emoción la biodiversidad que teníamos en México. Con ese ambiente escolar me llevé la ilusión de poder ingresar a la Facultad de Ciencias de la UNAM, en donde me registré en la carrera de biología, no sin haber pasado el examen de admisión, que ciertamente era un filtro necesario para poder llegar a la Máxima casa de estudios.
La primera sorpresa que tuve fue la alegría de llegar a las aulas de dicha facultad en las que cabrían no más de 40 estudiantes. En ese lugar encontré compañeros que venían de muy diversas instituciones, otras partes del país y apenas unos pocos llegamos de la Preparatoria 1. Durante la estancia en los cursos anuales fue muy impresionante recibir clases de académicos destacados que compartían mañana y tarde la convivencia con los estudiantes creando el ambiente académico que se apreciaba en cada uno de los pasillos y laboratorios de la facultad. Existían, por supuesto, profesores que tenían una capacidad docente sobresaliente y recuerdo que algunos eran muy enciclopédicos. Estaban el profesor Juan Luis Cifuentes, Riva y Nava, Ochoterena, Villa, Gómez Pompa, Martin del Campo, entre otros, y todos ellos contaban con colaboradores brillantes como Judith Márquez, que nos impartían las prácticas de laboratorio y trabajos de campo.
Una de las más sorprendentes enseñanzas fue el tener todas las tardes cursos a los que se les llamaba extra-clases, que eran trabajos de laboratorio que complementaban las clases regulares y donde podría uno aprender haciendo experimentos de prueba y error, que eran muy importantes para el aprendizaje para una carrera como es la biología. De tal forma que los que estudiábamos biología pasábamos prácticamente todo el día en la facultad, lo que significaba una profunda compenetración con la vida académica. Los viajes de campo, por ejemplo, la visita a la estación biológica de los Tuxtlas fue totalmente enriquecedora, ya que pudimos apreciar la vida que se desarrollaba en la selva tropical de nuestro país. De igual forma visitamos las costas del Pacífico para aprender la vida en estos lugares y debo enfatizar nuestras visitas a los sitios en los que recolectábamos vestigios o fósiles para entender claramente lo referente a la evolución. Los profesores responsables de transmitirnos la importancia de la conservación de los recursos naturales eran conocedores de sus disciplinas y nos mostraban obras que debíamos de consultar en la biblioteca de la facultad que, por cierto, era realmente muy rica en facilidades y podía uno pasar todo el día para aprender lo relevante de la disciplina. Ahí fue donde nos percatamos de la importancia que tenía el leer otros idiomas, cosa que era parte de la obligación para aspirar al título.
Dentro de los cursos que nos inclinaron a la experimentación estaba el de bioquímica, que conjuntamente con la práctica de laboratorio nos permitió saber qué eran las proteínas, los lípidos, azúcares, así como la clorofila y otros componentes que dan sentido a cómo funciona nuestro organismo. Esta disciplina nos permitió conocer y utilizar equipamiento muy diferente a los que se utilizan en otras disciplinas. Uno de los hechos afortunados es el haber tomado un curso que impartía el profesor Ondarza, quien nos sorprendió con un tema de frontera, que es la biología molecular. Esta disciplina científica fue a nivel nacional una de las novedades más importantes que permitía a los biólogos una visión básica muy importante. Por supuesto que el profesor escribió el libro y fue bienvenido a nivel nacional. Otra noticia importante fue el que un profesor japonés de apellido Kohashi, graduado en Harvard, nos impartiría el curso de fisiología vegetal. Muchos nos inclinamos a tomar el citado curso y ciertamente sus clases de laboratorio eran por demás muy bien coordinadas y permitía con mucha evidencia enterarse de aspectos como el de la totipotencia celular que conjuntamente con la clase de Ondarza nos estimularon en gran medida a los que teníamos interés en la biología funcional. Debo de anotar la gran aportación que nos dieron los cursos de química orgánica, físico química y el curso que dictaba el profesor Aguilera, que era un experto en Edafología y nos transmitía la importancia del suelo para la sustentabilidad de la vida sobre el planeta.
El haber tomado cursos tan indicativos de la frontera del conocimiento del campo biológico nos transmitió una responsabilidad muy grande que tendría el ser biólogo en México. Como señalara en párrafos anteriores, la formación académica de un universitario para integrarse en el proceso de la cultura de México era un sistema complejo y que tendríamos que impulsar como sociedad, en nuestro caso la vida en su conjunto. Las características hidrogeológicas del país nos mostraban evidentemente que los diferentes organismos, dependiendo del sitio, era una indicación de la diversidad de formas de vida y la adaptación a las condiciones ambientales. Así fue como se volvió realidad el preguntarse los diferentes tipos de organismos que hay sobre la tierra, cuáles son, cuántos hay, en dónde están, de dónde vienen, de qué están hechos, cuántos años viven y, sobre todo, describir cómo funcionan y cómo son sus sistemas de multiplicación. De tal forma que hubo oportunidad de que pudiésemos ver a los microrganismos y los organismos superiores como unidades que formaban parte de comunidades y poblaciones que se distribuían sobre los diferentes nichos ambientales con esa nueva visión de lo que es la vida en el planeta.
Quiero resumir que fue importantísimo que, para formar mentes dentro del campo de la ciencia, se necesita que exista un ambiente académico, el cual se logra únicamente cuando existen profesores y alumnos comprometidos por el conocimiento, así como con la necesidad de tratar de interpretar ese gran rompecabezas que es la vida en nuestro país y en el planeta. Las mentes brillantes hacen el esfuerzo de ordenar, agrupar, describir y proponer los modelos más convenientes que expliquen y permitan a toda la humanidad entender lo importante que es el señalar los límites del crecimiento bien asegurados que permitan la sobrevivencia de todos.
Esta carrera nos obligó a empezar a transmitir, a los que la cursábamos, que estábamos en medio de sistemas complejos y que realmente nuestra carrera tendría éxito en su tarea si se trabajaba en equipo. Máxime que nos informaron de los diferentes reinos que integran la vida en el planeta y el reduccionismo en biología es prácticamente imposible de proponer como método de estudio. El complejo método científico que nos explicaran solamente se podría entender cabalmente practicando en los proyectos de investigación, lo que era el plantear las hipótesis, teorías, demostraciones, etc. Lo que se convirtió ciertamente en una forma de vida para poder avanzar dentro de las ciencias experimentales de las que se practican día a día cuando se estudia esta carrera.
Un poco antes de terminar los cursos decidí integrarme a un grupo del que me siento particularmente contento. Me refiero a lo que era entonces la bioquímica en el Instituto de Biología, en donde el profesor Massieu era el líder del grupo y quien trabajaba neurociencias. Ahí decidieron que se desarrollarían seminarios conjuntos con el Instituto de Investigaciones Biomédicas que dirigía el Dr. Soberón. En ese grupo había estudiantes como los ahora doctores Paco Bolívar Zapata, Palacios de la Lama, investigadores como el Dr. Ruy Pérez Tamayo, Horacio Merchant y el microbiólogo Jaime Mora, entre otros. La vivencia con ese grupo fue totalmente complementaria a lo que había iniciado años atrás. La definición de lo que es la biología experimental me quedó completamente clara y también aprendí que para hacer este tipo de investigación se requerían recursos para comprar el equipamiento y reactivos. Mi tutor, el Dr. Ricardo Tapia, conjuntamente con Herminia Pasantes y el Dr. Pérez de la Mora me enseñaron el camino y la responsabilidad de transitar en la ciencia y de publicar sus resultados.
Una experiencia inolvidable fue el movimiento estudiantil de 1968 que vivimos todos los que estábamos en la Universidad. La formación de las mentes en la Facultad de Ciencias fue obligadamente un importante elemento que permitió que muchos alumnos de la facultad fueran los que encabezaran el citado movimiento. La experiencia fue muy reveladora de diferentes hechos que se suscitaron en nuestro país y ciertamente quedaba claro en mi mente que habría que luchar por la libertad, elemento fundamental en la carrera de la ciencia.
A grandes rasgos, la experiencia de haber sido educado en la UNAM me dio suficientes bases para proseguir mi carrera dentro de las ciencias biológicas y específicamente la formación de fisiólogo vegetal, que pude concretar en instituciones fuera del país. Años después regresaría a la Facultad de Ciencias a impartir el curso de mi especialidad y recuerdo que, al inicio de cada curso, hacía un examen en el que les solicitaba a los alumnos que me dijeran cuántas mazorcas tiene una planta de maíz cuando se siembra, cuando se cosecha y de qué origen era la palabra maíz. Después de 10 años de aplicarlo pude resumir que no más de 2% de los estudiantes de los últimos años de biología conocían la planta emblemática del país. Han pasado los años y ahora que veo a muchos de mis estudiantes y su desempeño, me queda claro que aprendieron lo importante que es el saber de totipotencia celular, así como el saber las herramientas que el biólogo puede utilizar para hacer frente a la contingencia del cambio climático.
La educación que tuve siempre fue en instituciones públicas gubernamentales y pude constatar que fue muy sólida. Existía el modelo de becar a los estudiantes dentro de la Universidad, de aquellos alumnos que necesitaban apoyo, como fue mi caso. El disfrutar de becas como las que me otorgaron la Secretaría de Salubridad y la beca de los restaurantes universitarios fue un gran apoyo que he valorado como fundamental. Tiempo después, la Fundación UNAM tomó como una de sus líneas el apoyar a estudiantes para proseguir su formación profesional. Este componente de que la Universidad contara con una Fundación fue una muestra de cómo enriquecer la labor universitaria y llevar a buen puerto proyectos de gran visión que han sido apoyados para poderse concretar gracias a esta figura paralela, de apoyo, llamada Fundación UNAM. Por supuesto que las personas que integran la Mesa Directiva de dicha Fundación siempre han sido exuniversitarios de gran visión que siempre han velado por el bien de nuestra Máxima casa de estudios. Esta gran Fundación y la UNAM siempre dan seguimiento a lo que hacen sus egresados y en 2000, después de 30 años de egresado de esta institución, en el Palacio Nacional, cuando me distinguieron con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, me dio gran gusto ver a mi lado al Dr. Fernando Magaña, director de la Facultad de Ciencias, y a la maestra Judith Márquez.
La solidez de mi formación en la UNAM me permitió transitar en instituciones nacionales y de otros países y redactar algunos artículos o libros que son producto del espíritu universitario. Las palabras de mis profesores de que se empieza a ser biólogo una vez que se ejerce la profesión, sigue siendo válida.
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias
Miembro titular de la Academia Mexicana de Ciencias
Investigador Nacional Emérito
Investigador del Centro de Investigación Científica de Yucatán
Estudié Biología en los 70’s y 80’s, parte en la antigua facultad y parte en el nuevo edificio. Tuve profesores como la Dra. Judith Márquez, Dr. Victor Molina, el Dr. Cáceres, Antonio Lazcano, etc. Fue una gran preparación para entender los mecanismos de procesos biológico desde el nivel molecular hasta el nivel de la posición de nuestro país en el contexto científico mundial. A la facultad de ciencias le debo no solo mi preparación profesional sino un entendimiento de diferentes corrientes filosóficas de la ciencia y el saber que un científico de tercer mundo no es menos que uno de primer mundo.