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Marco Antonio Zaragoza Campillo

Recuerdo que cuando iba a la secundaria era el alumno más destacado, me encantaba estudiar y aprender siempre algo nuevo. Estudiar era mi mundo y ese mundo estuvo a punto de derrumbarse cuando un día mi padre me dijo: “tendrás que dejar de estudiar, ya no podrás ir a la preparatoria porque ahora tienes que trabajar para ayudar a tus hermanos pequeños”. Sentí un balde de agua fría al escuchar eso, pero no me dejé vencer y me dije a mí mismo: “no, tengo que seguir estudiando a como dé lugar” y así lo hice, gracias al apoyo de mi madre.
En un curso de Inglés conocí a un amigo que asistía al CCH Oriente de la UNAM y me hablaba maravillas de ese bachillerato, pero lo que se me quedó bien estampado en la memoria fue cuando mencionó que ahí no se lleva uniforme ni se paga una inscripción, sólo hay que pasar el examen de admisión; pensé que no necesitaría mucho dinero para poder asistir ahí, así que me preparé arduamente para pasar ese examen. Y así fue, aprobé el examen con el puntaje necesario. En mi secundaria me felicitaron públicamente por ser el único estudiante que había ingresado a un bachillerato de la UNAM, eso me llenó de orgullo. A partir de ese momento comenzó mi vida en la UNAM.
En los primeros días de asistencia al CCH Oriente nos daban recorridos por las instalaciones y me parecía un paraíso, algo enorme. Lo que más me sorprendió fue su biblioteca; me acuerdo que comencé a calcular cuánto tiempo me llevaría leer todos esos libros, obviamente, la vida no me iba a alcanzar para hacerlo, pero quería intentarlo, al menos en ese momento, con la inocencia de un universitario imberbe.
Terminé el bachillerato mientras trabajaba repartiendo volantes de un club campestre los fines de semana, y tocaba decidir qué carrera estudiar. Recuerdo que había solicitado el paquete de materias con enfoque en Derecho porque mi madre quería que yo fuese abogado, pero esas materias nunca me gustaron. Una de las asignaturas que más atrajo mi atención en el CCH fue Física, así que le dije a mi madre que iba a estudiar Física y ella apoyó mi decisión. Así fue como ya me encontraba estudiando Física en la Facultad de Ciencias de la UNAM y, en la carrera, descubrí mi interés y curiosidad por los procesos biológicos. Me empapé de materias de Biofísica, Neurociencias, Bioquímica, Biología Molecular, etcétera. Tanta fue mi atracción por estos temas que solicité Biología como segunda carrera.
Cuando ya cursaba Biología, descubrí “azarosamente” una convocatoria para la maestría en Ciencias Bioquímicas en la UNAM. Tengo que confesar que hice el examen prácticamente jugando, pues no pensé que lo pasaría, ya que apenas llevaba un año en Biología, y sí, ya con la carrera de Física culminada, pero son áreas totalmente distintas. Mi gran sorpresa fue que pasé ese examen y ya estaba aceptado en el Posgrado en Ciencias Bioquímicas, así que ahora tocaba buscar un tutor para mi proyecto de investigación. Una de las materias que más me había gustado en este proceso fue Neurobiología, con el doctor Julio Morán, así que le escribí un correo electrónico y muy amablemente me concedió una cita para hablar del posgrado y de los proyectos que había en el Departamento de Neurociencias del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM. Decidí quedarme en su laboratorio y trabajar sobre la muerte neuronal desencadenada por especies reactivas del oxígeno. La maestría y el proyecto en el laboratorio del doctor Julio Morán fueron grandes etapas en mi desarrollo académico y profesional. Me sentí tan bien que opté por seguirme al doctorado ahí mismo y continuar explorando más a fondo mi proyecto de investigación. Pasé los exámenes correspondientes y, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba ahora en el doctorado. Todo pasó muy rápido.
Sólo que un doctorado es otro nivel; comencé con mucho estrés y en el cuarto semestre mi vida dio un giro de 180 grados, subí mucho de peso y la imagen que mostraba el espejo no me gustaba. Recuerdo que le escribí a mi amigo Ernesto Garfias para que me dejara correr con él, pues quería bajar de peso. Afortunadamente aceptó y ese día lo considero como el nacimiento de mi verdadero yo: el corredor de largas distancias. Muchos pensarán que llevo toda una vida corriendo o haciendo deporte, la realidad es que comencé a correr a los treinta años y antes de eso lo más que hacía era jugar fútbol soccer y caminar mucho, eso sí. Con respecto a esto, siempre recuerdo una frase que se volvió muy popular gracias a la primera nota que Gaceta UNAM realizó sobre mi trayectoria deportiva: “Yo sólo corría para alcanzar el Pumabús”, y era totalmente cierto.
Desde esa primera vez que corrí, justamente entre los circuitos de Ciudad Universitaria, descubrí algo nuevo y una especie de reto físico y mental que le dio una vuelta a todo mi mundo. Fue tan grande esa pasión que al poco tiempo de empezar a correr me inscribí a mi primer maratón (cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros) y en seis meses ya tenía cinco maratones en mi cuenta; al año corrí mi primer ultramaratón de cien kilómetros, hecho que me dio origen como ultramaratonista. Corrí esos cien kilómetros en el Ultramaratón de los Cañones en Guachochi, Chihuahua, donde se reúnen decenas de tarahumaras; el escenario era ideal para estrenarme como corredor de largas distancias, faceta en mi vida que me ha dado miles de satisfacciones.
Mis entrenamientos eran regularmente en los circuitos de Ciudad Universitaria; siempre digo que yo soy “hecho en CU”. Mi evolución fue tan rápida que a dos años de haber iniciado ya estaba seleccionado para el Campeonato Mundial de Ultradistancia en Irlanda del Norte y para los doscientos cuarenta y seis kilómetros del Spartathlon en Grecia, competencias en donde impuse récords nacionales de larga distancia, hecho que me motivó a seguir entrenando y preparándome para nuevos desafíos. Y aquí la UNAM siempre me ha apoyado, desde que me acerqué a la Dirección General del Deporte Universitario he tenido el privilegio de contar con apoyo para poder asistir a estas competencias de índole internacional y poder representar a México y a la UNAM en el ámbito deportivo.
He tenido la oportunidad de participar y ganar competencias de doscientas millas (trescientos veinte kilómetros), cien millas (ciento sesenta kilómetros), cien kilómetros, además de competir en ultramaratones de veinticuatro horas, cuarenta y ocho horas y seis días, todas carreras de ultra larga distancia. Esas son las competencias que me encantan, las que rebasan los cien kilómetros o las doce horas de duración, porque al superar ese umbral las competencias se vuelven muy mentales y saldrán victoriosos los más resistentes, y si algo tengo yo es resistencia.
En las clases que imparto en la Facultad de Ciencias, nunca falta el alumno que se entera de que también soy corredor o que dice que leyó una noticia acerca de mis competencias, y entonces la clase se vuelve una charla amena acerca de los alcances del ser humano cuando se propone superar sus límites físicos y mentales.
Comencé a correr a los treinta años, a esa edad descubrí mi pasión por recorrer largas distancias a pie y desde entonces no he parado, terminé mi doctorado, incursioné en la Facultad de Ciencias de la UNAM como profesor de asignatura y actualmente tengo treinta y siete años. En siete años mi pasión por los kilómetros me ha llevado a ganar muchas competencias, imponer récords nacionales de ultradistancia y conocer el mundo; gracias a este deporte llamado ultramaratón he podido estar en Grecia, Francia, Irlanda, Argentina, Uruguay, Paraguay, etcétera, y lo más importante de todo: conocerme a mí mismo y saber hasta dónde puedo llegar. Y la UNAM ha sido esa mano que me ha sostenido en todo este proceso de autoconocimiento. A nivel nacional soy más conocido como corredor de largas distancias que como profesor o científico. Un día un amigo que es médico me dijo: “tú naciste para correr, serás científico, pero tú misión en esta vida es correr” y estoy de acuerdo. Descubrir una pasión no es fácil, pero yo lo hice. Por más dura que sea la vida, siempre hay que buscar eso que nos hace felices.
Agradezco a Fundación UNAM por la difusión que dio a mis inicios como “el ultramaratonista de la UNAM”. Siempre fue agradable leer las notas que FUNAM escribía sobre mis competencias y mi trayectoria deportiva desde aquellos tiempos en que estudiaba mi doctorado en el Instituto de Fisiología Celular de la UNAM; además de brindarme ahora la oportunidad de mostrar un poco de mi evolución como académico y deportista de la Universidad, un nicho donde brotan personas especiales. Fundación UNAM es una asociación que brinda apoyo a estudiantes de escasos recursos y me hubiese encantado conocerlos mucho antes para sumar esfuerzos en pro de una juventud universitaria sana y feliz. Asociaciones como esta son cada vez más necesarias en nuestro país para apoyar a los que menos tienen.
Doctor en Ciencias Bioquímicas por la UNAM
Profesor de Asignatura B en la Facultad de Ciencias, UNAM
Seleccionado Nacional en Ultradistancia

www.eluniversal.com.mx

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