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Edmundo González Llaca

La Universidad me informó y me formó; modeló mi mente y mi carácter. En las aulas conviví con compañeros de todos los lugares de la República y de todos los niveles socioeconómicos. La universalidad de los conocimientos, esencia de toda universidad, incluye también el contacto y el diálogo con un conjunto de lo más heterogéneo de estudiantes. Gracias a la Universidad mi socialización se enriqueció en las diferencias y me ejercitó en la tolerancia.

La educación es una empresa maravillosa, pero moralmente imposible si se hace en un ambiente triste y aburrido. Durante mi trayecto en la Universidad, ya sea en las aulas, en los pasillos o en el café, el flujo vital fue siempre de alegría. Todo el conocimiento siempre estuvo enmarcado por un espíritu risueño y solidario. Todos, pero algunos profesores más que otros, comprendían ese anhelo de estudiar, pero también de responder a ese cosquilleo más allá de la sinapsis cerebral. Recuerdo especialmente una clase con el Maestro Serra Rojas, estaba impartiendo su cátedra y de pronto algo lo distrajo y se quedó contemplando el ventanal que daba a las islas universitarias. Guardó silencio, todos volteamos a buscar qué era lo que había hecho interrumpir su concentración. Para nuestra sorpresa, manteniendo la mirada fuera, el Maestro dijo: “Qué bonita la tarde, qué bonito el sol; qué energía de esos jóvenes jugando; ¿qué estarán platicando en forma tan animosa ese grupo de muchachas y muchachos?; qué romántica esa escena de la pareja de enamorados besándose bajo los árboles”. Regresó a vernos, nos escaneó con la mirada y dijo: “Salgan, salgan a vivir la vida. Los libros esperan”. El poder de su convocatoria fue impresionante, en pocos segundos se quedó solo en el salón. Al salir, me detuve a verlo, el Maestro Serra Rojas seguía embelesado en el espectáculo de una juventud risueña, entusiasta, que iba a aprender pero también estaba sedienta de experiencias vitales.

(Vale destacar que fue la única ocasión que el Maestro Serra Rojas hizo este tipo de llamados. Posteriormente nunca se distrajo viendo los ventanales y las clases se desarrollaron con la puntualidad y regularidad que lo distinguían).

La Universidad despertó en mí la curiosidad, me acostumbró a que el infinito campo de la ciencia requiere de una actitud permanente de búsqueda. Gracias a esta curiosidad no sólo pude satisfacer mi anhelo de conocimientos, sino que también pude descubrir mis inclinaciones personales y desarrollar una vocación. La curiosidad me enseñó algo que debo aún de recordar todos los días: ser humilde. Aceptar que por más que estudie un tema, debo aceptar que no todo está visto y, por lo tanto, de respeto y consideración hacia los conocimientos de otros.

La Universidad me enseñó las habilidades para incorporarme al mercado profesional y a ganarme la vida. Ciertamente me inculcó la teoría y la práctica y, lo más importante, los valores técnicos y éticos que en ese momento se consagraban en la sociedad y en el ejercicio de mi carrera. No obstante, al hacerlo estimuló mi espíritu crítico, me preparó para el cambio y superación de todo lo que había aprendido. Enseñanza que se reflejaba en el que todos queríamos ser licenciados en Derecho, pero ser solamente eso hubiera sido una vulgaridad. Todos aspirábamos a ser profesionistas especiales y mejores que todos los que estudiaban o ejercitaban en el mercado laboral.

No únicamente eso, ingresar a la Facultad de Derecho era abrigar las máximas ambiciones políticas. Una gran mayoría acariciaba secretamente la posibilidad de ocupar la máxima magistratura del país. Afortunadamente en los primeros años de la carrera un maestro me confrontó duramente con la realidad. En su primera clase explicó los requisitos exigentes para poder pasar su materia, pero agregó en tono de compensación: “Pero no se preocupen, al calificar me voy a portar muy ‘barco’ con ustedes, pues como de seguro bien saben, de las aulas de la Facultad de Derecho han egresado los últimos presidentes de la República”. En ese momento, algunos compañeros, como pintura del “Greco”, tornaban los ojos mirando al cielo, otros, como yo, más tímidos o hipócritas, hacíamos como que escribíamos algo. Todos conscientes que, efectivamente, nos animaba esa expectativa. El maestro, luego de subirnos a las nubes, nos bajó brutalmente a la realidad, y agregó: “Nadie puede negar que aquí, en esta aula, en este día, está sentado el próximo Presidente de la República. Y no se subestimen, claro que pueden llegar a serlo. Tantos idiotas llegan a presidentes”. ¡Zas!

La Universidad, aunque ya no fuera como Presidente, me enseñó a que tenía la obligación de promover mi participación, consciente y responsable, en los asuntos que afectan al pueblo, pues el pueblo había pagado mis estudios. Que tenía que ser un activo agente de la justicia; que debía de criticar los grandes problemas de mi profesión y del país. Al hacerlo no podía tomar el camino fácil de la crítica por la crítica, de la oposición por la oposición, que me llevaría al escepticismo, a la pasividad y al derrotismo. Que la crítica me establecía el compromiso de proponer soluciones; y que sólo podía propiciar el cambio si lo basaba en una dialéctica constructiva, en pensar y hablar y hablar y actuar, como era mi responsabilidad como universitario.

Esta preparación y estos valores me han acompañado en mi vida profesional. En sus muy
diversas facetas, en una amplia gama de actividades, la UNAM ha estado siempre presente: en la cercanía con la docencia, en múltiples artículos periodísticos, en la publicación de libros, en la presencia en actividades políticas, en todas.

Por eso convoco a todos a que apoyen a la Fundación UNAM. Son muy diversas sus actividades, pero destaca sobre todas el otorgamiento de becas que abren a los jóvenes el mundo de valores y conocimiento del que yo me beneficié. Mis estudios de doctorado pude realizarlos con una beca crédito que me dieron conjuntamente la UNAM y el Banco de México y que pude liquidar dando clases en una experiencia que ya siempre me acompañaría.

El significado etimológico de la palabra educación es: sacar lo mejor que está adentro del hombre. La Universidad hizo conmigo todo lo mejor que pudo. Hay ocasiones en la que las palabras se quedan cortas, esta es una de esas ocasiones, pero no encuentro otras. Muchas Gracias UNAM.

Conferencista y asesor en temas de Comunicación Política

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