La historia detrás del estudio de los minerales

Aunque la humanidad había pasado milenios coleccionando y puliendo materiales vistosos, el estudio científico de los minerales que forman cristales comenzó en el siglo XVII cuando las embarcaciones europeas visitaban gran parte del mundo.
Al regreso de sus viajes llevaban gran cantidad de muestras de nuevos minerales. Surgieron entonces personas interesadas en estudiarlos desde el punto de vista de la física, la geografía, la astronomía y la anatomía.
Una de estas personas fue, Nicolas Steno un médico danés que hizo la primera gran aportación científica al estudio de los cristales. Cuando Steno tenía 16 años la peste asoló a su país; sólo en su escuela murieron unos 250 de sus compañeros. Logró sobrevivir a la epidemia y finalizó sus estudios en la Universidad de Copenhage obteniendo el grado en medicina.
Siguiendo el espíritu renacentista que impulsaba a los pensadores a incursionar en varias áreas del conocimiento, se interesó en otras áreas de la ciencia sobre todo en el estudio de los minerales cristalinos.
Tras años de observación publicó el libro De solido intra sollidum naturaliter contento (Acerca de los sólidos contenidos naturalmente dentro de otros sólidos) donde llega a la conclusión de que “Al tomar dos muestras del mismo mineral cristalino, el ángulo entre dos caras correspondientes a dos muestras siempre será igual, sin importar el tamaño de las muestras”.
Este enunciado es uno de los fundamentos de la cristalografía actual, y es cierto independientemente de que el cristal que estudiemos sea natural o haya sido sintetizado en un laboratorio.
La ciencia trata de explicar los patrones que vemos en la naturaleza; en el caso de la cristalografía los materiales cristalinos tienen caras bien delimitadas y obedecen el enunciado de Steno, mismo que pasó a ser la primera ley de la cristalografía. Las aportaciones de Steno a la cristalografía llegaron hasta allí pues pese a que nació en una familia protestante, a los 47 años se volvió católico y poco después fue ordenado sacerdote.
El científico francés nacido en 1736, Jean-Baptiste Louis Rome de L’Isle decidió entrar a servir en el ejército, donde fungió como secretario de una compañía de artillería. L’Isle partió a la India justo cuando se desarrollaba una guerra entre Inglaterra y Francia por el control de este gran país y fue capturado cuando los ingleses tomaron Pondicherry, la ciudad más importante de Francia en India. Viajó por la India en calidad de prisionero, pero pasó gran parte de su cautiverio en China, donde es muy probable que se le diera un trato especial y tuviera una relativa libertad para moverse y explorar.
Una vez libre regresó a Europa, pero los años que pasó en ambientes completamente diferentes a los de su juventud estimularon su curiosidad científica. Se consagró con pasión al estudio y a la investigación de la química y la biología, aunque pronto encontró que su verdadera vocación era la mineralogía. L’Isle tuvo la suerte de conseguir un mecenas que le encargó hacer varias colecciones de minerales.
L’Isle no se conformó con hacer una clasificación y enumerar las características que saltaban a la vista, sino que contrató a un ayudante para medir los ángulos entre las caras de cada uno de los minerales. A partir de ello notó que, aunque muchos minerales tienen color, densidad y composiciones químicas distintas, suelen presentar la misma geometría, cosa que lo intrigó bastante.
En el ámbito científico, los trabajos de L’Isle lo llevaron a reformular la primera ley de la cristalografía, y pudo afirmar que existían agrupaciones de cristales que compartían la misma geometría externa; o sea, si dos minerales pertenecer al mismo grupo, entonces los ángulos que forman sus caras son los mismos sin importar el tamaño de las dos muestras, su densidad o color, o incluso su composición química.
El cura extravagante René Just Haüy nació cerca de París en 1743 en el seno de una familia humilde; pocos habrían augurado que llegaría a ser un reconocido miembro de los círculos políticos y científicos de Francia.
Alos 27 años se ordenó como sacerdote católico. Poco después, debido a su desempeño sobresaliente en los estudios, se convirtió en profesor del Colegio Lemoine. Comenzó a utilizar su tiempo de descanso en el estudio de la botánica. La simetría de las plantas lo fue cautivando y esa fascinación lo llevó al mundo de los minerales.
Un día mientras hablaba con un amigo sosteniendo un cristal del mineral espato de calcita con forma de prisma, y que éste se le cayó accidentalmente, se dio cuenta al recoger los pedazos que muchos de ellos tenían una forma bien definida, con los ángulos ya mencionados por Steno y L’Isle, pero formando una figura geométrica más simple que el fragmento original: un pequeño cubo inclinado.
Emocionado por las ideas que surgían a gran velocidad en su mente, exclamo: tout est trouvé! (¡todo está resuelto!). De inmediato regresó a su gabinete donde tomó otras muestras de minerales, muchas de ellas costosas y hermosas, y las trituró. La masacre valió la pena, pues se dio cuenta de que los cristales se forman por el agregado de núcleos originales que tienen formas regulares y simples que al irse pegando unas a otras sin dejar espacios vacíos, generan las vistosas formas geométricas de los cristales, Concluyó así que el estudio sistemático debía abordarse no con los fragmentos grandes, sino con los pequeños.
Después de analizar muchos fragmentos de cristales creó la segunda ley de la cristalografía. El trabajo le abrió las puertas del mundo científico y de inmediato fue nombrado miembro de la Academia Francesa de Ciencias.
Fuente: Cienciorama